sábado, 24 de julio de 2010

Francis Scott Fitzgerald


Yet high over the city our line of yellow windows must have contributed their share of human secrecy to the casual watcher in the darkening streets, and I saw him too, looking up and wondering. I was within and without, simultaneously enchanted and repelled by the inexhaustible variety of life.
The Great Gatsby

viernes, 9 de julio de 2010

Diez centímetros


A diez centímetros del precipicio. Me gusta. Ahora voy y sueño que me tiro. Que te tiras un pedo, cabrón. Dice mi madre que siempre que cuento una historia estoy borracho. Bueno, decía… y estaba, aunque ahora también estamos borrachos. Hemos vevido al menos lo suficiente para escribirlo con uve. Los dos compartimos una cosa, que tenemos argumentos para ser patéticamente victimistas. Yo cuento su historia: tenía mujer y dos hijas, y un perro, y un Audi de segunda mano y un trabajo cómodo y bien pagado. Ahora no tiene nada. Pero se ríe y el que se tira el pedo es él. Apuntando al vacío que se abre a diez centímetros. El mar ruge ahí abajo y me gusta. Hace un día soleado y el horizonte sirve para ponerle un fondo al escenario, para nada más. Mi historia, por cierto, es más triste aún: yo odiaba los Audi y no me gustaban los perros, tenía un trabajo de mierda y mi novia no quería tener hijos. Ahora, estoy apunto de perderlo todo.
Porque el clímax no existe, cuando se tumba sobre la hierba y bosteza, le digo:
- ¿Has probado alguna vez las peras al vino?
Se ríe con dejadez y no contesta:
- Mi madre las hacía los días señalados y no las podía ni ver. Y tú te crees que la primera vez que las probé fue en una fiesta que organizaba una belga y preparadas por un americano de Buffalo.
- ¿Y te gustaron?
- Pues no, la verdad es que no.
Bosteza otra vez y se estira de tal manera que los pies le cuelgan más allá de los diez centímetros que nos sirven como frontera.
- Peras al vino… a quién se le ocurriría. Con el vino no se juega. Ni se cocina.
- Ni se conduce.
- Por eso, así que luego nos volvemos andando.
Y me vuelvo para ver el coche abandonado a unos doscientos metros, justo donde terminaba el camino de tierra que llevaba hasta al acantilado.
Mi madre es peluquera, así que ahora no me cuesta nada contaros que él perdió a su mujer porque bebía pero luego ella murió de cáncer unos meses después de que él dejara la bebida. Las hijas no le perdonaron nunca. Hay cosas que no se entienden, y ellas no supieron superar la extraña asociación que hicieron entre la enfermedad de su madre y la de su padre. Lo del coche fue otra cosa. Lo del trabajo ocurrió cuando volvió a la bebida. Lo del perro fue parecido a lo de sus hijas. Los perros son aún más sensibles que las hijas. Lo mío es distinto, pero como mi padre era un troquelador de pocas palabras, me lo voy a ahorrar, y solo os digo que ahora a mi novia si le gustan los niños y hasta quiere un Audi y un perro y un novio al que le gusten todas esas cosas. Así se lo conté a él cuando nos conocimos con los codos juntos en la barra del bar. La emigración ofrece estos extraños nexos de unión. También ayudó que nos gustara el vino.
Por cierto, de un último trago termina la última botella y se incorpora. Mira hacia el vacío y lanza hacia allí la botella. Se asoma sin miedo para ver como se rompe contra las rocas. O quizás cae al mar, porque yo no me asomo. Le tengo miedo a las alturas, o las alturas me tienen miedo a mí, no sé muy bien. Me atraen, pero me repelen. Y si yo las repelo, me atraen aún más. Estoy pedo.
- Te voy a hacer una pregunta.
Dice poniéndose de pie.
Yo le miro.
- Tú… ¿Tú eres consciente de lo patético que es todo esto?
Me río y evito su mirada. Por mucho que seamos sarcásticos, la conciencia sigue siendo igual de jodida.
- No, en serio, tío. ¿Tú eres consciente?
- Lo soy.
Me gusta el fondo de este escenario. Me gusta como huele el mar ahí abajo, la palpitante presencia del vértigo como si fuera la chirriante musiquilla interminable de un despertador irritante. Qué graciosa metáfora, ¿verdad?
- Eres consciente entonces, eso está bien. Pues ahora elige.
- ¿Cuál?
- Elige, digo, tienes diez segundos uno por cada centímetro. Elige entre A y B, entre B y A.
- ¿Entre qué?
- Tú elige.
- ¿Pero el qué?
- Uno.
- Voy a elegir…
- Dos.
Está haciendo unos extraños estiramientos.
- Tres.
- ¿Qué haces tío?
- Cuatro.
- Volvamos al bar.
- Cinco.
Me vuelve a mirar y se ríe.
- Seis, elige tío.
- Pero el qué.
- Siete.
- ¿Un Audi? ¿Quieres que elija un modelo de Audi?
Se ríe y me vuelve a mirar. No le conozco. No porque no le conozca, que no le conozco, no le conozco. Esos ojos no los conozco. No entiendo. No entiendo todo esto. Soy un puto crío. Un ignorante. Hay una esencia que no aprecio, que solo temo, como me pasa con las alturas.
- Ocho.
- Voy a elegir un perro también, ¿sabes? Me gustan los Yorkshires, me sientan bien con las blusas floreadas.
- Nueve.
- Ya está. Solo me quedan un par de hijas…
El silencio es espeso. El tiempo es rugoso. La brisa del mar, el oleaje, el fondo del escenario, todo es irreal.
- Diez.
Murmura. Y me río cuando le veo saltar al vacío. Diez centímetros. Como una lívida frontera entre la realidad y la ficción. Elijo la segunda. Y no me asomo para ver si cae al agua o sobre las rocas.

sábado, 12 de junio de 2010

La final del Mundial


Te voy a contar una cosa para que sepas de verdad quién es tu padre: la primera vez que me partieron la cara, la Italia de Paolo Rossi ganó el Mundial de España de 1982. Tú ni te acordarás, qué te vas a acordar. Ahora te gusta pegarle patadas al balón, pero no sabes ni quiénes era Karl Heinz Rummenige o Michel Platini. Para qué. Ya sabes quiénes son Messi y Cristiano Ronaldo. Ni tan siquiera te hace falta atender a tu padre cuando habla de Manolo Sarabia. Ya no sale en los cromos de los álbumes, ¿verdad? Pero existieron. Todos existieron, y ahora no sabemos muy bien para qué, pero en su día servían para dar alegrías, o algo así. Digo yo que también venderían camisetas, claro. Creo que Johan Cruyff hasta hacía anuncios de pintura acrílica. A lo que iba, que me partieron la cara. Y me lo merecía. Era la final del mundial, yo estaba borracho y el tío que me cruzó la cara tenía toda la razón de su parte. Delante de todo el bar, antes de que pitaran el final de la primera parte, se dio media vuelta, me miró primero a los ojos, y cuando fui a abrir la boca para tartamudear, me la cerró de un puñetazo certero. No te lo creerás, pero estas cosas ocurren: recuerdo con claridad los segundos sostenidos en los que me ausenté de allí. Quiero decir, la sorpresa de la experiencia física y la gravedad que me empujó hacia el suelo, lo recuerdo nítidamente. Fueron solo unos segundos, pero a mí me dio tiempo a ser consciente de todo lo que había ocurrido. Si exagero, me dio tiempo hasta intuir lo que iba a pasar. No lo que iba a pasar a continuación, cuando aparecieron amigos por todos los lados y le devolvieron con generosidad toda la agresividad de su puñetazo al italiano. Me refiero a lo que iba a pasar mucho tiempo después, a todo lo que vino luego, a lo que ha sido mi vida, hasta hoy. Hasta hoy cuando vuelvo a estar borracho aunque no haya bebido una puta gota de alcohol y me atrevo a contarte todo esto. Somos así, hijo, no somos conscientes de la repercusión de todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero todo repercute, todo emborracha. Pobre italiano, no pudo celebrar la victoria de su selección. Si me preguntas, no le volví a ver. Si quieres saber por qué me pegó, pregúntale a tu madre. Si te preguntas a qué coño viene todo esto, piensa en lo que ha pasado estos últimos días y acuérdate de ello cuando la semana que viene le preguntes a tu madre cuándo va a volver papá. Si es que te lo preguntas, claro. Y, por cierto, gane quien gane el mundial de Sudáfrica, jamás se te ocurra decirle a un italiano que, para ver como le pegan a la pelota, es mejor golpearte las tuyas contra el trasero de su madre. Ésa fue la primera vez que me partieron la cara, aunque, la verdad, ha sido mucho más dolorosa esta última. Ni tan siquiera he podido consolarme pensando que podría sacar una lección de futuro. Espero que, al menos, te sirva a ti. Y, una última cosa, algún día entenderás que Manolo Sarabia, digan lo que digan, fue mucho mejor jugador de lo que serán nunca Cristiano Ronaldo y Messi. Tú confía en tu padre, ya lo entenderás cuando te partan la cara por primera vez.

Café Puerto Rico


Los putos montajes fragmentados de las películas independientes y la estructura del videoclip nos han cambiado la percepción. Piensa también en la fotografía: las exposiciones fotográficas, las campañas publicitarias, las portadas de periódicos y revistas. La página principal de tu web preferida. Después, siéntate a tomar un café en una cafetería. Mira por la ventana. Tu percepción del movimiento ha cambiado. No tienes habilidad para secuenciar tu atención. Vas de las ramas que mueve el viento, al tráfico inquieto, al transeúnte con prisa, a la señora que se asoma al balcón. Vas prestándoles atención a sacudidas, en fracciones, a un ritmo pixelado y descompuesto. Cuando terminas, no te acuerdas de nada. Solo guardas un eco entrópico e inconsciente sin certezas viscerales. Tampoco racionales. Solo pura y reveladora estética. Y lo peor de todo esto es que gracias al cine americano y a la industria musical, tampoco eres capaz de compartir esos pensamientos con nadie más. Solo con el vórtice silencioso de la red virtual, así que tecleas mientras bebes café, miras por la ventana y piensas en cómo serás capaz de descargarte la película de Omar Rodríguez López.

jueves, 10 de junio de 2010

La verdad (te digo)


La verdad es relativa. La relatividad lo impregna todo. Quedan nueve días para mi cumpleaños. Nueve. Nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, treinta y cuatro. ¿Te lo crees? Llaman a la puerta y abres sin mirar por la mirilla. ¡Sin mirar por la mirilla no! ¡Con los tiempos que corren! ¿Quién es? ¿Es el escritor? ¿Es el personaje? Con los tiempos que corren, quien sabe. Las teorías ya no son verdades absolutas. Nunca lo fueron, pero ahora, la relatividad lo impregnant todo. Te lo digo de verdad, estoy hasta los huevos porque por más que busco no encuentro huevos del uno. ¿Sabes lo de los números?, ¿no? Tío, en los tiempos que corren deberías mirar por la mirilla. Un tío llamó a la puerta y me dijo: si pone un 3 en el código de barras, se ceban con los pollos que no veas. Si pone un dos, pues bueno, pero ve y pregúntale a las gallinas si sí o si no. Si pone un uno o un cero, entonces sí, aquello es el paraíso de las aves galliformes. Gallifantes. Éramos como dos gallinas en la media tarde, apostadas en el palo mientras el horizonte empezaba a arder sin misericordia alguna, decía Lodovico, mientras Antonio Dusi miraba por la mirilla porque acababan de llamar a la puerta. La verdad es un protocolo TCP/IP. Eso es internet, un gallinero, un gallinero relativo. La verdad te digo, como esto no cambie, va a poner huevos del uno su puta madre.

miércoles, 2 de junio de 2010

Handic-up


Tengo mis motivos, por muy ridículos que sean. Hacer el ridículo me mola. Como usar me mola para parecer más ridículo... también me mola. Tengo un handicap muy bueno, le digo, y se me queda mirando con recelo. Así que me lanzo, ¿qué gomina usas, por cierto?, me encanta lo pringoso que te queda el pelo. Y se echa para atrás. Arrastra su cubata hacia él, como si se lo fuera a robar, y eso me hace gracia, porque la barra es libre, y me echo a reír, quizás, y solo quizás, de una manera ridícula que le haga creer que estoy loco: handic-up. Handic-up. Me ha entrado el hipo. Se vuelve y mira hacia la mesa y se cruza su mirada con la de su amigo, y sonríe incómodo, y sin saber cómo, dice, "perdoname" y se va. Yo no dejo de reír.
Tengo mis motivos. Me han invitado a una boda de pijos, te lo digo así. ¿Y qué hago yo aquí? Pues emborracharme, claro. A mi mujer se la ve cómoda. Demasiado cómoda. No me ha echo caso en toda la puta cena, pero no se lo echo en cara, la culpa es mía, he pasado más tiempo en la barra que en la mesa.
Ella llena el hueco de mi amigo engominado por sorpresa:
¿Qué haces?
A ella no la miro a los ojos.
Nada, celebrarlo.
Ya no me río. Sé que todo el mundo sabe que el tono de voz informa más que las propias palabras que pronunciamos. Así que, como eso no puedo trasladároslo, lo pongo en mayúsculas, aunque ella lo susurrura:
PUEDES HACERME EL FAVOR DE VENIR A SENTARTE A LA MESA CONMIGO... Y DEJA DE BEBER.
Claro.
Y se pone de pie y con agilidad sortea a la gente que ya ha termiando de cenar y sale y entra de la sala, saludan y no lo hacen, bailan y se tropiezan, hablan y ríen o permanecen sentados como trasportados a otra dimensión. Yo voy detrás, en mi propia dimensión, ridícula dimensión en la que me mantengo en equilibrio porque noto el frío y húmedo tacto del vaso de cubata en mi mano. Su hermana mayor nos espera en la mesa, con la misma cara de reproche que ponía mi madre cada nochevieja.
Antes de llegar, murmuro:
Handi-cup, imitando el hipo.
Y ella se da la vuelta de golpe.
¿Qué?
Por el rabillo del ojo veo a mi amigo engominado hablando con el novio sin quitarme ojo.
¿A ti te gusta el golf?
La mirada de su hermana es tan penetrante que me siento desnudo. Pero me gusta sentirme desnudo, porque así me siento más ridículo aún.
NO SEAS GILIPOLLAS.
Dice mientras se sienta, y me siento a su lado obviando todas las palabras que ha dicho y con el tono de voz con que lo ha dicho porque aún siento el húmedo y frío tacto del cubata en mi mano.
¿Tú me quieres?
La hermana suelta una sonrisilla pérfida.
¿QUÉ?
Deberíamos hacernos pijos.
DEJA DE BEBER.
De verdad, ¿verdad, querida hermana? Yo creo que haría un pijo estupendo, solo necesito un poco de gomina. El golf se me da bien... Tengo un handic... handic-up...
Me vuelve el hipo. Y ella me mira con dolor, con vergüenza, con el amor destilado con el que me miro aquella primera vez. Me siento ridículo. Agusto y ridículo. Suelto el cubata y me pongo cómodo en la silla. Hipo.
Yo también te qui-e-qui-e, ro, hip. Digo y me siento felizmente ridículo mientras me giro, me encuentro con mi amigo el engominado y le guiño un ojo en un gesto que el convierte en una mueca de asco.

lunes, 24 de mayo de 2010

Poppy Z. Brite


Muy bien, pensé. Me hundiría en la tierra, vertería los jugos nutritivos de mi cuerpo en las raíces de brezo, dejaría que los los gusanos y los escarabajos desmenuzasen la masa de carne tierna entre mis huesos. Pero la tierra tampoco me aceptaba. Estaba atrapado dentro de la bóveda de cielo, tierra y mar, separado de todos ellos y fundido solamente con mi propia carne miserable.
El arte más íntimo

martes, 18 de mayo de 2010

Neil Campbell


As in a complex transfusion, any closed system needs "new blood", any rooted space needs rerouting and opening up, any house must be unhoused.
The Rhizomatic West

domingo, 16 de mayo de 2010

Los pistachos


Dale (léase Deil) tiene que comprar pistachos. Kerry (léase como se escribe) le pregunta por qué justo antes de estornudar y quejarse de las putas corrientes. Así que Wax (léase Güaks) no deja que Deil conteste y repite ¡las putas corrientes! Esta casa está llena de corrientes, repite Kerry y dice que sí con la cabeza, ajeno al sarcasmo de Wax que si entiende Putnam (léase petnen, o al menos así lo digo yo), y se ríe pero se aburre y cree que puede ser mejor volver a lo de los pistachos, así que mientras yo me levanto para cerrar una ventana que abrí hace tan solo cinco minutos por el intenso humo del tabaco, Putnam pasa de Kerry y Wax y sorprende a Dale que había vuelto a sentarse en el sofá con la chamarra ya puesta y las llaves del coche en la mano: ¿pistachos? Dale tampoco entiende el sarcasmo y nuevamente repantingado en el sofá dice que sí, con la cabeza, y se explica: los pelo, los troceo, los machaco y los mezclo con el pienso, a mi perro le encantan. Todos nos callamos: alguien habla del austrolopitecus en el televisor. La noche se echa encima. Yo vuelvo a mi silla, cojo el taco de cartas, y barajo sin interés. Toda la tarde tirados sin hacer nada. Con la ventana cerrada, el olor a marihuana es más intenso que nunca. Quiero decir: tíos, yo tengo cosas que hacer, pero igual es por la hierba, o por el cóctel de marinada y cointreau que se empeñó en inventar Kerry o por la molicie instantánea y perenne de esta época del año, de este periodo de mi vida, de esta experiencia vital en general y no me voy a poner más reflexivo. El caso es que no puedo decir lo que quiero. Es la censura del abandono trascendental. Me gusta, me hace cosquillas, aunque también se me ha dormido la pierna. Dale se levanta de una vez por todas y salta sobre las piernas de Kerry tumbado en el suelo y pasa rápido por delante del televisor y ya en la puerta de la cocina, se gira, y apenas vocaliza: vuelvo en un minuto. ¿Te llevas el coche?, le pregunta Kerry con las manos cruzadas sobre el estómago. Ya se ha dado la vuelta y se escuchan sus pasos por el pasillo. ¡El puto economato está a dos manzanas! Le grita Wax que ha empezado a liarse otro porro mientras Putnam le mira sin prestarle atención. Bostezo. Si vas a hacerte un porro, abro la ventana, y me pongo de pie. Suena el timbre al fondo del pasillo. Yo no voy, digo. Kerry se ríe: la ostia, los austrolopitecus. Un ligero golpe en la ventana a donde aún no he llegado. La abro. Dale está debajo, con el coche en marcha, y con los brazos en alto. La última piedra que tenía en la mano, la tira pero no llega a la ventana. Dile que me traiga a mí también pistachos, Kerry está buscando el mando del televisor por el suelo. Wax y Putnam comparten el cigarro mientras bostezan en conjunto. Qué ostias quieres, le grito a Dale y con los brazos aún en alto grita: ¡hay un 187 en la parroquia!

Kerry se pone de pie como un resorte pero Putnam ya ha salido corriendo por el pasillo. Wax le da un último tiro al porro, me mira, ¿por la ventana? Y sin pensarlo, salto al alféizar, de ahí caigo a la cubierta y Wax me sigue hasta que saltamos los dos al mismo tiempo sobre el césped mullido. Kerry ya corre hacia el coche. Dale al volante aprieta el acelerador. Mientras chirrian las ruedas al girar en la esquina, Dale sin inmutarse grita sobre la música a todo trapo de The Mohawks: ¡tengo que parar a comprar los pistachos! Frenazo.

sábado, 15 de mayo de 2010

Lavina Fielding Anderson


The way we arrange the words is determined by and in turn determines the way we arrange our reality.
The Grammar of Inequity in Women and Authority

viernes, 14 de mayo de 2010

Jaquelberrifin vuelve a casa…


Dios, siempre he odiado las historias sobre gente que regresa a casa. El anuncio del Almendro y todo eso, siempre he odiado ese tipo de historias. Y ahora mírame, de vuelta en casa. Me retumban todas las palabras. ¿Vuelta? ¿Casa? Qué ganas de ser jodidamente irónico. Casa, dice. ¿Dónde? No hay nadie. Hay paredes. Tienes una puerta, una llave que la abre. Todo. Tienes una puta casa a la que has vuelto. ¿Y qué? No hay nadie en casa. Eso es lo que pasa cuando vuelves no por Navidad, si no por un funeral. Habría pasado lo mismo si hubiera vuelto por un cumpleaños, ¿verdad? Me retumban todas las putas palabras. Quizás es por el vacío de la casa. Pero no pienso ponerme triste, si es que sé lo que es eso, que lo sé, pero he trabajado durante tanto tiempo mi sarcasmo que he acabado por creerme que me gusta ser extranjero. Yo elegí. Elegí las rutas en lugar de las raíces. Quise que mi identidad fuera ésa: móvil, perecedera, espontánea, imprevista, esquiva, aérea, fluctuante. Lo quise y lo quiero. Quiero sentir este dolor porque sé que es pasajero, que existe, pero soy pasajero de los viajes que me alejan más que me acercan. Y eso me gusta. Me gustan los paisajes. No me gustan los espacios. Ése he sido. Ése elegí ser. Odio hablar en pasado, en presente perfecto. Me retumban los tiempos verbales. Sabía que iba a pasar esto. Sabía que iba a volver aquí, porque volver e ir forman parte del mismo movimiento. Me retumban las paredes, la puerta, la llave, los marcos de los cuadros y las fotos que quedan en el centro. Casa, dice. Es lo que quisiste. No hay que buscar las conclusiones, no te gustan los destinos, sabes que no tiene sentido, pero ya está. Quizás es por el vacío de la casa. Quizás es que no puedes llenarlo. Quizás es que no te llena. Quizás jamás puedas ser Huckleberry Finn.

miércoles, 5 de mayo de 2010

A qué huele la noche


Todo parece detenido. La noche huele. No sé a qué huele pero huele. Quizás son los árboles o la yerba. Hay luz en la casa. Creo que es el salón. No puedo perder más el tiempo pensando en que la noche huele, pero me gusta. Me gustan las sombras. Tengo el mar de espaldas y lo oigo. Me descalzo y me gusta. Me gusta todo esto. Pero no puedo entretenerme. Tengo dos mentes, y hay una que empieza a molestarme. Así que susurro mientras me escondo detrás de un árbol cuando veo que se aproxima una luz por la carretera que corre paralela a la orilla, así que susurro: piensa y déjate de olores. Vuelvo a asomarme a la valla pero la yerba me hace cosquillas en los dedos. Me concentro: cuarenta y cinco metros. En la primera tanda, treinta metros. Suelo, en la zanja. Treinta segundos. Obserbas. Diez metros hacia el este en ese cae detrás del coche. El camino es de tierrilla, sálvalo, cinco metros de rodeo en contra de la luz. Bajo el porche. Treinta segundos. Tres pasos, dos pasos, tres pasos, puerta de la cocina. Treinta segundos. Ventana. Tres pasos, gateas, diez segundos. Ventana del salón. Ya está. Pero mientras tanto ha seguido cosquilleándome la yerba en los dedos. La noche huele a yerba y sal. El cielo fucsia. No sé por qué conozco la palabra fucsia. Todo parece detenido. Me gusta como huele. Cállate. Me gusta como huele. Cállate, joder. De un golpe seco, salto la valla y me lanzo al suelo. La yerba está húmeda. Es agradable. Desde el suelo el cielo parece enorme, la casa gravita. No sé dónde he aprendido esa palabra. Corre, agáchate, recuerda, treinta metros hasta la zanja. La luz sigue encendida. Corro, agachado, recuerdo, me tiro a la zanja. Es arena. Un antiguo bancal. Estoy de espaldas. El mar se ensancha, se agranda, se pierde en el horizonte. No sé qué ostias me pasa, coño. Los árboles silban. La noche se aproxima con su olor a yerba y sal. Treinta segundos. Salto, en zig zag, en silencio, no se me oye, no camino, no corro, levito sobre la yerba, soy bueno, llego al coche. Frío. Evito la gravilla, cinco metros de rodeo y la luz sigue encendida en el salón. Bajo el porche. Empiezo a contar los segundos: treinta. Uno, dos, tres... La madera blanca, recién pintada. Oigo el susurro del televisor. Me concentro: oigo el viento en las copas de los árboles. Entre los bastones veo el cielo. Fucsia. Malditamente fucsia, joder. Veinte segundos. Veintiuno. Saco el revólver. Veintidós. Tío, vamos. Se oye una lechuza. No sabes cómo coño suena una lechuza. Oigo el mar. Veinticinco. Huelo la yerba. Veintisiete. Me palpita el corazón. Veintiocho. Me gusta el color del cielo. Salto, tres pasos, dos pasos, tres pasos, puerta de la cocina. Treinta segundos. Ventana. No mires. Miro. Le veo. Sentado en el sofá. Humea el café. Parpadea el televisor. Tiene un libro abierto en el regazo. Veinte segundos. Me palpita el puto corazón. Te palpita el puto corazón. Tu puto corazón fucsia, huele a sal a yerba a lechuza. Mierda. Quince segundos. Mierda. Eres bueno. Eres el mejor. Cinco segundos. Gateo. Dos pasos, no tres, treinta segundos, no diez, ventana, esta ventana no. Lechuza, café, televisor, sofá, mar, cielo, sal, yerba, mierda. Revólver. Un segundo, dos, tres. Mierda.

martes, 27 de abril de 2010

Procesador de datos


M-i-s-v-e-c-i-n-o-s-m-e-o-d-i-a-n. Tú tecleas. Ella contesta: PORKEEEEEEE. Tú tecleas: s-i-t-u-v-i-e-r-a-q-u-e-e-l-e-g-i-r-u-n-c-u-e-r-p-o-e-n-e-l-q-u-e-r-e-e-n-c-a-a-a-a-r-n-a-a-a-a-r-m-e-e-e-e-l-i-g-i-r-i-a-u-n-b-y-t-e. Tarda en contestar, pero aparece en tu pantalla: ¿Qué? Con acento y todo, tú piensas y tecleas: u-n-b-y-t-e. Silencio. El silencio de la red. Segundos. Microsegundos. Kilómetros. Microkilómetros. Tú piensas. Tú no piensas. Tú procesas. Estás enfermo. Busca en la wikipedia: enfermo. Tú tienes que abrir un blog que se titule: "Quiero ser un byte". Procesas. Tú tecleas: e-s-t-a-s-a-h-i-?-?-?-?-? Silencio. Tus manos y tu teclado. Tu mente telemática. Tu mano. Tu entrepierna. Abres otra ventana. Tecleas: s-e-x. Tu mano se desliza. Tu bragueta se abre. Silencio. La pantalla parpadea. Sudas. Tú sudas. La minimizas. Tú procesas: puta. Pinchas en mujeres sexys. Tu mano la empuña. Ella parpadea, minimizada. Parpadea. Minimizada. Parpadea. Minimizada. Parpadea. Parpadea. Parpadea. Parpadea. Miniiiiiiimizada. Sueltas la empuñadura. Tú intentas respirar. Tú intentas formatearte. Atiendes al parpadeo. Tú la maximizas. Ella ha tecleado: ¿estás byte? Pero hace tiempo que has perdido la conexión.

martes, 30 de marzo de 2010

La Bien Querida


Esta mañana escuché en el jardín de tu casa
una canción que decía algo parecido
a lo que venía pensando
mientras tú leías un libro
y me quedé sin palabras
porque no tuve ni tengo el valor de decirlo
"De momento abril"

viernes, 26 de marzo de 2010

Jim, Miles, ella y yo


Salgo al porche y enciendo un cigarrillo. Hace frío y subo los cuellos de la chamarra. Se escucha el tráfico de la autopista a unos cincuenta metros, detrás de una arboleda que apenas parece una sombra. Aún está amaneciendo. Respiro, fumo, juego con el vaho. Esto parece una foto de Jim Marshall, ¿sabes? Ella ha aparecido por detrás y me abraza. ¿Cuál? Si tú fueras Janis Joplin y yo cualquier músico de acompañamiento y lo nuestro una historia de amor imposible, Jim Marshall debería estar aquí para sacarnos una foto en este porche. El sol aparece tímidamente detrás de la arboleda, por encima del ruido de la autopista. Se aparta, se abrocha la chaqueta y me quita el cigarrillo. Mira al mismo sitio hacia el que miro yo: Y si esto no fuera Burgos, claro.
Le da una calada, lo tira al vacío, y dándose media vuelta, cierra la escena: me vuelvo a la cama.
Yo me quedo allí de pie. Y pienso: ¿qué demonios quería decir con lo de Jim Marshall? Tío, parece que no reconoces el valor de las cosas si no se detienen en un instante, ¿me entiendes? No, no lo entiendo. Quiero ser Miles Davis en esa fotografía detenida en la que pierde la mirada porque mira música, su cerebro está lleno de música, sus ojos están llenos de música, y tú no lo entiendes. Busco otro cigarrillo y lo enciendo, y me siento en las escaleras y observo como el sol empieza a escalar la arboleda y se va acercando hasta el aparcamiento del motel. Puede que esto sea Burgos, que ella no sea Janis Joplin, que yo nunca consiga ser Miles Davis y que a Jim Marshall ya no le apetezca sacar fotos, pero la potencia está aquí, suspendida en el aire, inútil y desaprovechada.

Media hora más tarde, me despierta con una toñeja. Me incorporo de golpe. Estoy entumecido. ¿Cuál? Te has quedado dormido en las escaleras, por dios. Está vestida y lleva el bolso en la mano. Me voy a desayunar, anda, lávate la cara y vístete, te espero en el restaurante.
Cuando llego ya ha terminado sus tortitas y su café. Está fumando en silencio y leyendo el periódico. Un estruendo agudo anuncia mi entrada en el café, la puerta deja de chirriar cuando la cierro. No hay nadie. Solo ella, sentada al final, en una mesa, junto a la ventana, y detrás se ve el tráfico de la autopista, sombras multicolores que aparecen y desaparecen a cientocincuenta kilómetros por hora. Ya no hace frío fuera, ni dentro, y huele a café rancio y a moqueta. Un camarero de pelo revuelto y sonrisa falsa aparece por el fondo de la barra. Me acerco después de decirle hola a ella con la mano. Un café y... ¿Tostadas? Sí, ¿con aceite, tomate? No, mantequilla. Bien, yo se lo llevo, caballero.

No levanta la cabeza cuando llego. Enciendo un cigarro y miro el tráfico: es gracioso verlo sin escucharlo, como un televisor con la voz en off. Qué lees, la pregunto sin mirarla. Hace un ruido enternecedor, y con habilidad, gira el periódico y lo coloca de tal manera que soy yo el que lo lee. Fíjate tú, dice.
Y leo: fallece el fotógrafo de estrellas de rock Jim Marshall. Sigo: El artista se hizo famoso en los años 60 con sus imágenes de festivales como Monterrey o Woodstock.
Llega el camarero: aquí tiene caballero, un café con leche y unas tostadas. ¿Desean algo más? Tráigame a mí otro café, gracias, dice ella, que vuelve a mirar un segundo después: ¿qué, Miles?, ¿quién te va a sacar ahora las fotos?

Me siento rodeado, físicamente, por el café, las tostadas, el cigarro, el periódico, la silla, la mesa, ella, el camarero, la moqueta, el tráfico que no se oye. Me siento sucedáneo. Extrañamente estúpido, engañado. Tengo la resaca de la antesala de la enésima renuncia a estallar. No sé quién es ella, no sé quién soy yo, no sé quién es Jim Marshall y no sé por qué voy a Burgos y toda esa retahíla que cualquiera esperaría que retumbara en mi cabeza durante los veinte segundos que permanezco en silencio, con el morro arrugado, el cigarro consumiéndose entre los dedos, mirando las letras impresas del periódico como si se fueran a echar a andar.

¿Qué?
Nada.
En fin.

Vuelve el camarero con su café y hago clic, ya está, sonría por favor.

martes, 16 de marzo de 2010

Hotel con encanto


Hemos caminado demasiado, demasiado lejos. Pero ha merecido la pena. Desde aquí arriba se ve todo. El valle, el pueblo abajo, todo eso. El río. También se ve el río. Seguro que si fuera un día soleado se vería todo aún mejor. En realidad, estamos a diez minutos de la casa, pero parece que hemos caminado durante años. Primero por un camino vecinal que dibujaban los muros de las huertas, después ella dijo vayamos por aquí, y seguimos por una pista forestal embarrada. Dijo que le gustaba mancharse los zapatos y sonrió. Yo solo asentí y eso fue todo lo que hablamos. Quizás por eso parece que hemos caminado hasta hacernos viejos. Pero ha merecido la pena: el valle, el río, las montañas al fondo. Creo que a ella también le gusta.
- Antes de que te pongas romántico, déjame decirte una cosa.
Doy un paso hacia adelante y me pongo a su altura, casi al borde de un talud de hierba fresca que me imagino como un precipicio. Desde allí también se ve la casa, con su tejado húmedo. La sonrío y ella bosteza.
- Antes de que te pongas romántico, hadme un favor...
- Lo que quieras.
Yo también bostezo. La noche ha sido larga. La noche ha sido intensa. Ella se quedó dormida, pero yo seguí pasando canales sin subir la voz del televisor. El resplandor dibujaba sombras sobre su espalda, pero no me atreví a acariciarla.
- ¿Has traído el móvil?
Digo que sí con la cabeza. Busco en el abrigo pero lo encuentro en el bolsillo del pantalón.
- Aquí está.
Quizás ella mira hacia abajo y ve otra cosa, ve algo, sabe el nombre del río, conoce a alguien en la ciudad. Yo veo un valle, un río, unas montañas al fondo. Un día nublado que me ayuda a que todo parezca aún más real, mucho más real de lo que empiezo a pensar que es, pero eso solo es porque vuelvo a bostezar.
- ¿Te importaría marcar un número?
- Dime.
Dice el número y se agacha hasta que se queda de cuclillas. Marco el número sin pensarlo. Espero a que de señal. Después bajo el brazo y susurro:
- Toma.
Nadie lo coge. Dejo de mirar al horizonte, pero ella no, pero ella dice que no con la cabeza y sin mirarme añade:
- Es para ti.
Tiemblo mientras me llevo el móvil otra vez a la oreja. Ya habían cogido. Silencio. El valle es ahora más inmenso, el río más bravo, la ciudad más grande, el día más nublado. No sé por qué pero pregunto.
- ¿Quién?
Y ella contesta:
- Págala, paga el hotel y vuelve a casa. Tenemos que hablar.
Se pone de pie, se vuelve, pone su mano sobre mi hombro y volviendo hacia el camino de tierra susurra:
- Al menos, el hotel era bonito.

martes, 9 de marzo de 2010

Hasier Larretxea


La libertad
es abandonar en pocos segundos
todo lo que te rodea
y comenzar una nueva vida.
Tener la oportunidad de hacerlo,
sin saber a dónde ir, ni qué hacer.
Azken bala / La última bala

Sofía Castañón


Como en las películas, aún creemos
en la magia del verano
el poder del amor
la voluntad del destino.
Animales interiores

lunes, 8 de marzo de 2010

El puto gato


Hacía frío.
Acababa de ver a una ardilla enredando en el cenicero del balcón. Ella había dicho algo desde su habitación, pero no la hice caso. Lo gritó otra vez, y seguí sin prestarle atención, pero dije que sí mientras intentaba convencer al puto gato que se llamaba Maverick de que me dejara sentarme en el sofá.
No lo conseguí y me fui al frigorífico. Cuscus por todas partes y muchas ganas de devolver. Las bolas de carne picada seguían en los tuppers del Spaghetti Works.
Ni tan siquiera sé qué ostias comer, joder.
Volví a la sala de estar y me senté en el otro sofá mientras el gato me miraba ufano. Más de setenta canales y empecé a viajar de uno a otro. El último era un canal de videos musicales. Me atrajo un video de My Chemical Romance, de la música no me acuerdo. Justo el siguiente fue Oceans Breathes Salty de The Modest Mouse. Apareció por el salón y me preguntó: ¿me has oído?
Pero no la hice caso.
Oye, dijo.
Y dije que sí con la cabeza.
¿Vamos entonces?
Y dije que sí sin dejar de mirar el televisor. Movía los labios, mi pierna derecha temblaba ligeramente. Vi como el hijoputa del gato se levantaba para dejar que ella se sentara en el sofá. Cabrón.
¿Quiénes son?, preguntó.
Y me encogí de hombros mientras mi pierna derecha temblaba y mis labios se movían sin saber qué decir.
Fuimos al puto bar porque yo había dicho que sí. In my head in my heart in my soul iba silbando mientras ella conducía. Nos encontramos con esta puta gente. Supongo que el puto gato volvió a subirse al sofá. Tenía hambre y mientras ellas hablaban, yo miraba un puto partido de fútbol americano en el televisor del bar. Mi pierna derecha aún temblaba. Y al despedirnos mascullé puto gato una vez más. Puto es una palabra agradecida. Nunca te exige nada. Todo eso pensaba mientras les daba dos besos para despedirnos.
Volvimos a su casa. Volví al canal musical pero ya no estaban. Me voy a acostar, debió decir, y también creo que preguntó si por la mañana iba a seguir allí. , debí decir.
Ella se acostó en su cama y yo dormí en el sofá. Sin noticias del puto gato. A las cinco de la mañana un ruido me despertó. La ardilla había vuelta al cenicero. El gato, de espaldas, me dio un susto de muerte. Cabrón, le susurré. Miré el reloj: las cinco y cinco de la mañana.
Me vestí, me lavé los dientes sin hacer ruido, hice la mochila y me fui de allí dejando una nota en el frigorífico: me voy, tengo prisa, te llamo, por cierto, no me gusta el cuscus.
Eran las seis menos veinte de la mañana y me metí en la gasolinera de la salida: una lata de mountain dew, una chocolatina hershey y un paquete de lucky. Leí el periódico, vi las noticias en el televisor. A las siete en punto cogí el coche y conduje hasta el downtown. Todo cerrado.
Busqué la cafetería que sabía que estaría abierta y me tomé cuatro cafés solos mientras leía a Sam Shepard y miraba el reloj cada veinte minutos. A las nueve me di una vuelta por el Old Market. Un policía receloso me siguió de lejos durante unos minutos. Me senté en la puerta de la tienda de discos, saqué el libro de Sam Shepard y el paquete de lucky e intenté no quedarme dormido. Al cabo de una hora, un tío de barbas con una camisa de cuadros y unos vaqueros raídos me despertó con el ruido de las llaves.
Hey, man.
Hey you.
Can I help you?
I was just waiting for you to open the fucking cat, door, sorry.
Couple of minutes, dude.

Y los esperé. Después entré, y me sonrió como si no acabara de hablar conmigo. Tenía puesto un chaleco y en el chaleco tenía clavada una chapa muy guay: Can I help you?
Modest Mouse.
What?
Oceans Breathes Salty and lalala
, le contesté.
Y me guiñó un ojo. Se excusó y volvió en un par de minutos: Here You Are.
Al salir, el poli seguía en la esquina pero ya no se acordaba de mí. El resto de las dos horas de vuelta a casa escuché aquella canción como unas treinta veces seguidas. De manera enfermiza, cambiando la letra para gritar: fucking cat fucking cat fucking cat. El ratón modesto corría delante, pero el coche no podía evitar seguir con las ruedas pegadas al asfalto.

Isaac Brock


Your body may be gone
I'm gonna carry you in
in my head in my heart in my soul
and maybe we'll get lucky and we'll both live again
Well
I don't know I don't know I don't think so
Oceans Breathes Salty in Good News For People Who Love Bad News

martes, 2 de marzo de 2010

Robert F. Sayre


American poetry is autobiographical because the ideas need embodiment in a person, and the most available person is not Columbus, or Hiawatha, or John Brown but the poet who represents these and all other heroes.
Autobiography and the Making of America in Autobiography: Essays Theoretical and Critical de James Olney

lunes, 1 de marzo de 2010

Leopoldo Sánchez Torre


... la poesía no puede dar vueltas sobre sí misma y repetirse sin cesar y sin sonrojo; si queremos decir - si queremos, por ejemplo, decir de amor, después de siglos de tradición petrarquista - no debemos hacerlo ya sin la distancia irónica, sin la perspectiva esquinada, sin el asedio a los márgenes. Hablemos del amor en los tiempos del crédito, hagamos cuentas con las hipotecas del amor ("el precio de un pedazo de vida / que unos tienen / y otros no"), sencillamente: crudamente.
Elogio de la dispersión, en Animales interiores de Sofía Castañón

jueves, 25 de febrero de 2010

Una noche fantástica


Puede que fuera porque yo sabía que tenía que ser un día especial, qué ostias, tenía que ser un día especial. Sabes cuando te estás afeitando para salir, y dices, bueno, no dices, tienes eso que llaman un pálpito: esta noche, sí. Sea lo que sea sí, porque generalmente es mejor no pensar qué quieres decir con eso de sí, sí, ¿qué?, sí que esta noche no va a ser una más de esas noches patéticas que en línea, puestas en línea, quiero decir, dibujan el puto monigote que representa tu vida. ¿Lo ves? Por lo general, yo soy así: bla, bla, bla, y luego te doy pena. Pero aquella noche sí.
Analizémoslo. ¿Por qué?
Son detalles, ¿me entiendes? Te has reído en el trabajo, tienes plan, has cenado bien y creo que hasta dije una frase brillante de las que hacen que aquel con el que hablas te mire con otros ojos, como si te hubiera visto por primera vez.
Así que puede que fuera porque yo sabía que tenía que ser un día especial. Estábamos borrachos. No borrachos, estábamos en el estado perfecto, justo después del clímax de la borrachera, lúcidos, vivos e inexplicablemente ingeniosos. También estábamos en la playa, de verdad. No es un recurso, no me lo estoy inventando, estábamos en la playa. Alguien nos había traído en coche. Después el coche se perdió en un rincón oscuro de un aparcamiento abandonado, pero nosotros no estábamos dentro, claro.
La sonreí.
Pero ella miraba hacia el mar. El mar era algo así como un inabarcable espacio oscuro que solo se apreciaba porque arrastraba una ligera brisa húmeda. La luna estaba en la otra orilla, muy lejos, pero no quedaba mal. Ella quizás miraba para allá. Aún nos quedaba cerveza. Y cigarrillos.
Le ofrecí uno.
Lo aceptó y sonrió sin mirarme.
Como ya has podido ver hablo mucho, así que fui yo el que rompí la serena quietud de la escena y como esto no es un cuento, mi frase no fue muy ocurrente:
- Pues nada, aquí estamos.
Sonrió sin mirarme. Y unos segundos más tarde, me preguntó:
- ¿Aún viven tus padres?
- ¿Cuál?
Ni tan siquiera aguardó a que yo le contestara:
- Mi madre murió hace tres años. Era una mujer fascinante. Todo lo que yo querría ser ahora mismo. Nunca hacía ruído cuando andaba. Nunca decía una palabra de más. Yo pensaba que, en realidad, siempre decía una palabra de menos, pero no era así. Yo era una puta cría, no sé si me entiendes. Supongo que aún lo soy. Así que la odiaba. O algo parecido a eso... No creo que fuera odio, pero no podía soportarla.
Te lo voy a decir así, mientras ella seguía hablando y miraba hacia el mar, o hacia la luna, o probablemente a ningún sitio que no estuviera a tres años de distancia de aquella playa, yo solo pensaba se jodió la noche, tío, tú no estás en ese coche, pero tampoco vas a estar detrás de esa duna que ya habías elegido como el mejor lugar para ponerle un dulce final a tu noche soñada. Eso sí, también te diré que en el fondo soy un buen tipo, así que en seguida pensé: bueno, será una noche fantástica en otro sentido. Sea lo que sea en otro sentido, porque generalmente... y bla bla bla.
Creía que iba a seguir hablando, pero había agachado la cabeza y sostenía el cigarro olvidado en la mano. Nervioso, solo supe decir:
- ¿Estás bien?
Dijo que sí con la cabeza.
Se acordó del cigarro y le dio una calada.
Volvió al mar.
¿Qué hay en esa oscuridad?, pensé, porque a veces yo también me creo que puedo ser poeta.
- Mi padre, sin embargo, sí que era un jodido... fontanero. Un jodido fontanero.
Algo así como algo parecido a una risa.
- ¿Te ríes?
- Bueno, sí, perdona, no quería reírme... es lo del fontanero, no sé.
- Era un jodido amargado, eso era lo que quería decir, pero tenía sus razones.
- ¿Porque era fontanero?
- No, porque siendo fontanero provocó un incendio en el que murieron tres personas.
- ¿Cuál?
- Se olvidó del pegamento que mantenía las placas y ¡fum!, toda su puta vida, y la de su mujer, de paso, a tomar por culo.
- Pero...
- Pero que seas un puto amargado no te da derecho a amargarle la vida a los demás, ¿no?
Y yo iba pensando: sí, será una noche fantástica.
Terminé mi cigarro y lo lancé al vacío, porque no había nada delante nuestro, entre nosotros y el mar. O la oscuridad. O el espacio que ella estaba intentando remontar. ¿Lo ves? Un poeta en toda regla.
- En fin...
- En fin.
- Pues nada, aquí estamos.
La sonreí. Y ella me sonrió. Y ella me sonrió mirándome a los ojos.
- No voy a follar contigo, lo siento, pero no te preocupes, quizás la próxima vez si lo haga.
Se puso de pie de golpe y de rebote, tiró lo que quedaba de cerveza sobre la arena.
- Bueno, tampoco quería beber más cerveza.
Me ofreció la mano.
Me levanté. Y ella me sonrió mirándome a los ojos. Siguió mirándome a los ojos. Todo estaba tan oscuro como cuando miraba hacia el mar.
- ¿Vamos andando hasta la estación?
Y nos pusimos a andar. Y como esto no es un cuento tengo que decir que andamos en silencio como unos diez minutos. A veces, uno de los dos, como por turnos, miraba al otro y le sonreía, para que el silencio no fuera tan incomodo, digo yo, pero en realidad era un silencio muy agradable. Yo pensaba en cogerla de la mano, no en cogerla de la mano como si fuera, eh, ¿ves?, bien que podríamos estar en esa duna que hemos dejado atrás, tampoco como eh, es el comienzo de una bonita relación. No, quería cogerla de la mano como si fuera a decirla, no voy a olvidar este día, ¿sabes?, quizás mañana de resaca crea que puedo olvidarlo, pero no voy a olvidarlo. Creo que no voy a volverte a ver en la vida, pero de alguna manera he aprendido algo, no sé qué, porque soy un poco corto, pero algo. Todo eso puedes decir cogiendo a alguien de la mano, ¿que no? Pero no la cogí. Y llegamos a la estación. Y nos montamos en el metro y nos quedaba más de media hora de viaje hasta casa y cambiamos una y otra vez de conversación mientras hablábamos de anécdotas de aquella misma noche, de una amiga suya que tenía miedo a las flores rojas, de un amigo mío que se había acostado con su prima sin saber que lo era, de un tío de su trabajo que creía que nadie sabía pero todo el mundo sabía que todos los días a eso de las dos iba al baño a tocarse y bla bla bla. Como si no hubiéramos estado en aquella playa.
Yo sabía que tenía que ser una noche especial. Lo sabía, un pálpito, ya sabes, eso que llaman un pálpito.
Así que cuando estábamos en su portal, porque la acompañé a su portal, y después de unos segundos de silencio incómodo, fui yo el que hablé, y como en el fondo esto sí que es un cuento, maquillaré un poco mi frase:
- Pues mis padres son unas personas maravillosas, ¿sabes? Los dos. Y me alegro de que no me hayas dejado hacerte el amor en la playa, pero estoy seguro de que algún día lo harás con otro y conseguirás andar sin hacer ruído, y, sobre todo, estoy seguro de que nunca serás una persona amargada.
Quién sabe cómo había sido su día, quién sabe si ella también pensaba que iba a ser una noche fantástica, quién sabe si cuando me dio aquel beso de despedida en los labios, sabía como yo sabía y como sé ahora que volvería a verla un día cualquiera en la calle y evitaríamos cruzarnos para no decidir si nos saludábamos o no.
Así es la vida, solía decir mi padre, y así se la hemos contado, solía añadir mi madre con sarcasmo. Una vida fantástica.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Chistes


Los dos están sentados en el sofá. Uno recostado, con las piernas formando un perfecto triángulo. Bosteza. El otro está más tieso. Se desata la corbata y abre una lata de cerveza. Les une el televisor encendido frente a ellos. Te lo creas o no alguien está contando un chiste.
Cuando termina, alguien, gente, la gente aplaude.
Ninguno de los dos se mueve, pero el del triángulo se tira un pedo.
- Tío, ostias.
Balbucea: perdón, coño.
Otro chiste. Más aplausos.
- No hay nada en la puta tele, ¿no?
- Estaba viendo una peli. Están en anuncios.
- Una peli ¿de quién?
- De la de Friends.
- ¿De Jennifer Aniston? ¿Cuál?
- La de que trabaja en un supermercado y su marido pinta o algo así.
Rompe el triángulo, se incorpora y de la mesa donde el otro ha colgado los pies, coge una bolsa de marihuana y un cigarrillo rubio. Su amigo lo mira. Después le pega un buche a la cerveza.
- El marido tiene un amigo, ¿no?
- Mmmmm
- Y fuman hierba.
- Mmmm. Yo qué sé. Algo así.
Descruza las piernas, deja la cerveza en la mesa, busca el mando, lo encuentra a su lado y pregunta:
- ¿En qué canal?
- En el tres.
Ya está liándolo. Su amigo cambia. Se oye a Jennifer Aniston hablando. Cuando termina de prensar el porro, levanta la cabeza y, como era de esperar, se encuentra a sí mismo en la pantalla del televisor. Pura magia.
Mira a su amigo que le mira a él intentando simular que es capaz de mirar con sarcasmo.
- Muy gracioso.
Se enciende el porro. El otro se aburre y vuelve a coger la cerveza, vuelve a cruzar las piernas, se quita la corbata del todo. Cambia de canal y vuelve a oírse un chiste.
- ¿Sabes que es lo peor?
El del porro se quita una brizna de tabaco de los labios:
- ¿Qué?
- Que yo soy al mismo puto tiempo el marido y Jennifer Aniston.
Y el otro aplaude el chiste sin necesidad de simular que es capaz de aplaudir con sarcasmo. También en la tele aplauden. Y todos los aplausos al unísono ayudan a que el chiste sea realmente bueno.

martes, 23 de febrero de 2010

Tom Wolfe


For the grand debut of Monte Carlo as a resort in 1879 the architect Charles Garnier designed an opera house for the Place du Casino; and Sarah Bernhardt read a symbolic poem. For the debut of Las Vegas as a resort in 1946 Bugsy Siegel hired Abbott and Costello, and there, in a way, you have it all.
Las Vegas (What?) ... (Can't hear you! Too noisy) Las Vegas!!!!)

jueves, 18 de febrero de 2010

Running (for) Free


There is one little thing that helps me when I need to take the time to think about anything: running. So I went running. And I stopped running when I got to the pier, an old, almost faded, forgotten pier where a long time ago the Nazis forgot one of their airplanes. At the end of the pier you find one of those crosses that each Spanish town and city has hidden somewhere to pay homage to those fallen in the battleground.
I was overwhelmed by the landscape. The river was running wild and silent, almost inevitably alone. On the other side of the river, the lights in the windows were beginning to sparkle, heading to different households, each of it a peculiar promise of individual agency. The remnants of those lights were sparkling over the surface of the river as well. I could not hear a sound, even if the tallest bridge crossing the river was supporting a motorway only a hundred meters from where I was staying.
This is my place, I thought unconsciously.
And I could not help it but start thinking about my father.
But whenever I think about him it is as if I am thinking no more. Some kind of static energy seizes my brain. I feel tired. I lose the control.
There was a profound meaning hovering over the place, like a foggy breeze suspended over my head. I could feel it. It was not the time for big conclusions. I could feel the cold fever in my hands. Some sort of numb electric connection was coming from the pavement right into my bare legs. Those petty shadowy mountains were crumbling into my eyes. The sea was just behind. This is my place. You belong here. You are this: the impossible horizon, the narrow perspective. You belong anywhere else, but you won’t run free until you realize you won’t be able to get rid of this. You belong here. Your roots are drowned in this river. Your whole complex (hi)story begins and finishes here, the same that it begins and finishes in a dry land many miles away. You feel the ugliness. You feel the distance. You feel the bond the same you feel the freedom.
This is my place, I thought unconsciously.
I had stopped sweating. I was getting cold. The sounds from the motorway were coming back. No ideal landscape remains so that far. So I started running again. No direction home.

miércoles, 17 de febrero de 2010

mY frienD o'peA


Corría el año 1996 cuando me decidí. Cogí un avión y me marché de vacaciones a Dublín. Yo era el único que sabía que no quería volver. Y volví, pero mucho tiempo después. Un año, no mucho, pero con dieciocho aquello era (o podía ser) todo un mundo. Encontré alojamiento en la casa de un amigo de un amigo de un amigo de alguien que estudiaba conmigo. Era un tío muy simpático, que me sacaba diez años y dos cabezas, que nunca paraba por casa y siempre iba desaliñado y con barbas, no entendía lo que decía pero me alquiló la habitación del ático por la mitad del sueldo que me daban en el trabajo que él mismo me consiguió, algo así como peón en un almacén de productos para limpieza industrial. Le dejaba el sobre sobre la mesilla de la entrada y por la mañana ya no estaba. A veces nos cruzábamos en el desayuno y siempre se mostraba dicharachero y jovial. Me regalaba bolsitas de marihuana e intentaba que le enseñara cuatro palabras en castellano. Se llamaba O'Peele, pero le gustaba que le llamara O'Pea. Él me presentó a Nathan, su primo, que apareció una mañana de domingo para desayunar. Y fue Nathan el que me presentó a Carol y Carol a Parke y Parke a Ramalamadindon. Y después un sábado nos juntamos los cinco y bebimos hasta conseguir que yo hablara inglés perfectamente y todos coincidiéramos en una idea que confiábamos olvidar a la mañana siguiente: montar un grupo de música. Pero no se nos olvidó. Lo montamos. Nathan cantaba porque era taciturno y esquivo, pero con un micrófono se transformaba en una suerte de copia paranoica de Ian Curtis. También tocaba la guitarra porque sabía tocarla y porque decía que así sí que podría decir que era el líder del grupo. Carol tocaba el bajo porque dijo que una chica en un grupo de chicos siempre tocaba el bajo y porque le gustaba que fuera tan largo. Parke tocaba la batería porque tenía una en el garaje de casa, la de su hermano mayor que estaba en la trena y no volvería a ver el sol en otro par de años. Ramalamadindon no tocaba nada ni quería hacerlo pero le convencimos de que cogiera unas maracas y una pandereta y se emocionó como un chaval. Yo tocaba la otra guitarra, pero como Carol con el bajo, Parke con la batería y Rama con sus juguetes, no sabía tocarla. Así que nos llevó tres meses acabar el curso intensivo al que nos sometieron Nathan y su padre, quien al parecer había tenido una idea parecida cuando aún no había conocido a la **** madre de Nathan. Por cierto, en esos tres meses O'Pea fue arrestado por posesión de drogas y tentiva de homicidio. Al parecer, había agarrado por el cuello a un moro de Tallaght y le había lanzado por la ventana del segundo piso de un pub. Por lo tanto, me fui de la casa de Drumcondra y Nathan me ofreció compartir su apartamento en Glasnevin. Seguí trabajando en el almacén, eso sí, a pesar de que un viernes me enrollé con la hija del jefe en los baños. No lo recuerdo muy bien, porque no volví a verla y fue todo tan rápido que no me enteré de mucho, pero creo que era aún más pálida y más escuálida que yo. El caso es que teníamos un grupo, y nos pusimos un nombre: My Friend O'Pea, a manera de homenaje no sabíamos muy bien por qué. Quizás por la marihuana gratis que echábamos de menos.
Dimos nuestro primer concierto en un tugurio cerca del local. Una especia de pub clandestino lleno de gatos donde el camarero hablaba en irlandés si es que aquello era hablar. Solo había tres personas, y solo teníamos tres canciones, y derecho a tres pintas por cabeza, así que lo llamamos nuestro tercer concierto. Por cierto, al tercer acorde se me olvidó todo lo que había aprendido sobre cómo se tocaba una guitarra.
De vez en cuando, llamaba a casa y le decía a mi madre que estaba bien.
Nuestro segundo concierto...
TO BE CONTINUED

Dímelo, dímelo ya, Martin


Martin dime qué coño quieres y dímelo ya. Martin, dímelo, dímelo, dímelo ya. Martin dime qué me quieres y dímelo ya, dímelo ya, dímelo ya. Martin me la sopla que no hables mi idioma, me la sopla la playa, la brisa, la luna y la luna que acuna la nana del mar, me la sopla, dímelo ya. Martin dime qué me quieres qué me quieres qué me quieres coger, comer, tomar, beber, meter, sacar, lamer, verter, robar, sobar, besar, atar, mesar o azotar, dímelo ya. Martin quiero que me entiendas aunque no hables mi idioma porque te lo digo con los ojos, ¿no lo ves?, te lo digo con mi cuerpo, ¿no lo notas?, te lo digo con esta extraña electricidad que me nace del vientre. Pero tú no lo entiendes, Martin. Tú no lo ves. No hablas mi idioma. No comprendes mis huecos. No sientes mis ecos. No lees mis heridas. Tú no lo ves. Ves la playa y la luna y la brisa que acuna la luna que mece la nana del mar, pero hace tiempo que yo acabé por entender que todos esos paisajes románticos son de cartón piedra y que el único paisaje que merece la pena admirar es el desierto de mi entrepierna. Martin dímelo ya, cariño, dímelo ya. Martin, dímelo, dímelo ya.

sábado, 13 de febrero de 2010

Hélène Cixous


I meant most of the time we don't live, we exist. We call that living but it's not true. We exist or we survive. Living is a battle. It changes all the time. Living according to changes is also something that belongs to that work of truth that I believe in.
"Difficult Joy" in The Body and The Text: Hélène Cixous, Reading and Teaching

jueves, 11 de febrero de 2010

La parra que crecía por la pared de la casa del poeta Lamartine


Entonces empezó a beber y a beber y a beber y eso. Él siempre decía que era vulnerable, débil, no sé. Se creyó a pies juntillas todo lo que decían de él. No te creas que es algo tan extraño. Quiénes somos es una complicada ecuación entre lo que nosotros creemos que somos y los que otros consideran que somos. Tú por ejemplo, y no te lo tomes a mal, te crees que eres listo y guapo, pero en realidad eres un tío vulgar y mediocre. Pues él no sabía quién era, escribió ese puto libro para ver si lo averiguaba y resultó que todo el mundo decidió que sí, que debía ser ése, el personaje quiero decir. Así que él lo aceptó. ¿Sabes quién es Lamartine? ¿El poeta? Yo tampoco pero leí una vez que escribió un poema supuestamente autobiográfico sobre la casa en la que creció. Se ve que tiempo después, un crítico analizó el poema con una rigurosidad histórica casi científica y criticó el poema porque faltaba a la verdad. En el poema, Lamartine hablaba de una parra que crecía por la pared de la casa y el crítico había descubierto que en aquellos tiempos ninguna parra crecía por la pared de la casa. Unos años más tarde, para salvar el matrimonio entre poesía y verdad, la esposa de Lamartine cultivó una parra que crecía por la pared de la casa. Pues a éste le pasó lo mismo, se puso a beber y a beber y a beber y eso, se subió a la parra. Acabó como el personaje de su libro, pero con una sola diferencia, que a él no le quedó la posibilidad de redimirse en la ficción. ¿Por qué, tú que crees que eres tan listo y guapo pero eres vulgar y mediocre, no intentas redimirlo? Quizás así todo el mundo crea que eres vulgar y mediocre, como era él, y al menos alguien acierte con la metáfora, ¿me entiendes?

martes, 9 de febrero de 2010

Gary Snyder


The trees we climb and the ground we walk on have given us five fingers and toes
Practice of the Wild

viernes, 5 de febrero de 2010

Colorful Words


Last time I told her that it would take only a couple of months longer and then we would be able to move again. That was the last time, but it wasn't the first. And she always answered the same way: I shouldn't be here, she used to say. But that last time she was ironing and she was looking down. That is what sticks in my mind. At first, she used to say that she shouldn't be there with a bit of irony. Then, the words went darker. Words are like colors, you know that, and hers were going darker. I knew it. I could sense it. But I didn't say anything. It would take just a couple of months longer.
Next I can remember is that she stopped ironing. She stared at me. She said:
- Love can't cope with it, and you know it.
- It won't take more than a couple of months, baby. We're doing a great job here.
And she went back. She grabbed the iron and waited for a couple of seconds. Just a couple of seconds longer.
- I hate it here. I hate it here with all my heart.
I knew my words were losing their colour but I said it anyway:
- Just try to adjust to their worldview, sweet.
- Their worldview sucks, and yours sucks as well.
And I could smell the heating of the sheet.
That was the last time. Next morning I woke up early in the morning and slipped away. When I came back in the sunset, nobody was around.
Nobody was in the living room, nobody was in the room. I went to the garage and there she was. But I forgot everything about it. The only thing I can remember was the smell of the ironing and the color of her words. You know that words have colors. They also have hands, and they are seizing my throat, that is all I can say so far.

jueves, 4 de febrero de 2010

Tres veces


A las diez menos cuarto estoy en la esquina del salón Bahía. Hace tres horas que entró. En ese tiempo ha salido y entrado dieciséis veces. Unas veces, solo para sentarse con algún otro parroquiano en la terraza del Salón Bahía. En una ocasión, bajó hasta la plaza y habló con dos jóvenes senegaleses en un banco, el banco junto a la primera palmera. Después, volvió, aparentemente satisfecho. Son las diez menos cuarto. Dentro se escucha la algarabía típica. Entro. Sonrío y elijo la esquina debajo del televisor: dos camareros y doce personas. Seis pertenecen al mismo grupo, jóvenes entre veinte y veinticinco años que beben caña corta y juegan a la máquina del bingo. Él está con otros dos paisanos, en la esquina contraria, hablan a gritos lo mismo de fútbol que de lo que le sucedió a uno de ellos hace tres días en la plaza de las flores. Él bebe agua. Quedan otras tres personas. Una mujer de mediana edad y a la que todos parecen conocer y tratar con condescendencia está sentada sola y en silencio en una mesa, mirando hacia el televisor. Un anciano de barba blanca le acompaña en el gesto y en la falta de palabras, pero él está sentado en un taburete de la mesa y nadie le trata con condescendencia. El último soy yo. Y yo pido una cerveza y sonrío al camarero que no me la devuelve. Después, palpo un bulto en el interior de mi chaqueta de cuero de corte tieso y convencional. El camarero tira mi caña mientras yo paso al lado del anciano que no muda el gesto y ella en la mesa no me mira y cuando llego a la altura de los tres parroquianos, él es el primero en levantar la cabeza. Sonrío. El bulto se convierte en revolver, le apunto y le disparo tres veces en la cabeza sin darle tiempo a abrir la boca ni a cerrar los ojos. Silencio. Nadie se mueve. Solo se oye la música de las máquinas. El camarero había dejado la caña sobre la mesa. La bebo de un trago. Silencio. Sonrío. Cuando vuelvo hacia atrás, sin temer por mi espalda, paso al lado de ella y mirando hacia el televisor digo hola. No oigo nada. Me vuelvo lentamente, la sonrío, reconozco sus ojos, ella los míos y disparo tres veces en otra cabeza. Después salgo de allí por mi propio paso, sin mirar atrás, sin prisa, con la dirección fija en el laberinto del Pópulo.

Outfit


Tengo una maleta de piel de cocodrilo que compré en un mercadillo de Londres. También tengo una chaqueta de franela gris y una camisa lisa de color blanco que encontré en un armario de una casa donde pasé la noche porque encontré la puerta abierta y una nota en el frigorífico que ponía, pasa y ponte cómodo. Esto fue en Nueva York. Tengo, por supuesto, pantalones de pana que heredé de mi abuelo pero tuve que cambiarles la cremallera de la bragueta y para ello fui a una mercería de Valladolid donde una señora me explico que a su marido lo mataron en la guerra del treinta y seis. Por beber agua, repetía. Tengo calzoncillos verdes del ejército que me regaló el primo de una chica con la que practique sexo oral en la playa de Sitges. En el bolsillo izquierdo noto el peso de un gran manojo de llaves que no abren ninguna puerta. Se lo compré a un ropavejero gitano en la plaza mayor de Málaga. Cuando me aburro, las tintineo. Me he dejado barba de tres días porque quería hacer una promesa y no sabía qué ni a quién. También me he dejado el pelo largo pero es aceitoso y enredado, no me gusta. Por último, los zapatos son robados. El jueves entré en una zapatería de Bilbao. A punta de pistola le dije a la tendera que quería unos zapatos sencillos sin tacón, del treinta y seis, y después le expliqué lo de la señora de la mercería de Valladolid sin dejar de apuntarla con la pistola.

Jerez de la Frontera-Cádiz


Que dónde estoy, estoy ahora mismo en la estación de Jerez de la Frontera, que qué hago aquí, no sé, el tren está parado, que cómo es, no sé, es bonita, tiene un reloj, y andenes, y los vanos azules, ya estamos andando y los patios traseros de las casas son como los de Vallecas, como si estuviera en el tren de cercanías, que qué tiempo hace, sol, hace sol.

Devendra Banhart me pone nervioso, todo lo que huela a pachuli o piense por cualquier razón o caprichoso juego visual que tiene potencial para oler a pachuli me pone nervioso. También me ponen nervioso las múltiples posibilidades estéticas del vello facial. Por eso, Devendra Banhart me pone nervioso, que no es explícitamente un sentimiento negativo. A veces, estar nervioso es agradable. Por ejemplo, a mí me gusta estar nervioso en la playa. Siempre. En la playa, siempre. Si encima escucho a Devendra Banhart, mucho mejor.

Una lengua de tierra roja, sin rotular pero con las heridas del barbecho, el mar se quedó atrás y el tren pasa a mucha velocidad, pero lo veo. Veo un opel corsa verde bajo el sol, en medio del campo, sin rotular, sin destino, sin recorrido. No me da tiempo a imaginarme nada porque el tren sigue, y ahora se ondula el paisaje y se vuelve amarillo, de un blanco sucio, tierra que se pudre con las astillas del trigo recogido. Árboles descolocados. El opel corsa verde sigue allí.

Bajo del tren dos horas después, en Cádiz. Media tarde. Sé donde tengo que ir pero me paro en la esquina de la vieja cafetería Novelty. Dudo por un momento, pero luego sigo hacia arriba, calle de San Francisco, hasta el hostal del mismo nombre, frente al hotel de Las Cortes, a pocos metros de la plaza que comparte nombre con la calle y el hostal. Habitación con baño. Dejo la maleta de piel de cocodrilo sobre la cama. Voy al baño y cierro la puerta.

Es una habitación sin ventanas. Tiene una cama que ocupa el centro sentimental de la habitación. Con sus dos mesillas que hacen de capillas y un cabecero de forja que sirve como retablo. En la habitación, tengo un buró y encima la televisión, de pantalla plana, de marca japonesa, incapaz de ponerla en marcha sin el mando a distancia. El baño tiene la puerta abierta. Un gran cristal de espejo oxidado. Sobre el mármol, un surtido de artículos de baño. Todo el mundo sabe de que hablo.

Revienta


Revienta. Se me ocurre decirte que revientes. Revienta. Una palabra con muchas posibilidades, con metáforas, imágenes y colores dentro, que explotan. Revienta. Se me ocurre decirte revienta.
Ahora te explico que he escrito todo eso porque quería escribir pero no sabía qué.
Ven, acompáñame e inventémonos un significado. Los significados se inventan. Los significantes existen. El mundo de las ideas se desmorona. Revienta. Ven, acompáñame, ahora te digo que estoy borracho y la forma y el contenido ya encuentran una sencilla explicación. Todos felices.
Todos miran hacia el cielo azul mientras yo miro la farola.

La revancha castiza del Nerd de Castefa


Tengo granos en la cara y mi grupo preferido es Astrud. Dice mi madre que es por los hidratos de carbono pero el caso es que me pongo de perfil y, en fin, parezco el dial de la radio. Me gusta oír la radio pero eso no lo he dicho nunca. Si quiero, quiero ser tertuliano. Hablar de moda y de política y de sociedad. Me gustaría llevar en la carpeta una foto de Belén Esteban, justo al lado de otra de Levi-Strauss. No es que haya leído a Levi-Strauss pero mi padre siempre acaba con una coletilla suya cuando me quiere hablar de mi futuro. Si está cansado, recurre a Baudrillard. Yo siempre le contesto moviendo la cabeza de arriba a abajo.
Me gusta el humor también. El humor de la televisión. Mi madre es fan de Gila y una vez me llevó al teatro para verlo solo en el escenario al lado de un teléfono y con un casco militar. No lo entendía. A mí me gusta el Nen de Castefa, Enjuto Mojamuto y el Borja y el Josebas. En mi clase hicimos una vez un concurso de disfraces y yo me fabriqué mi propio disfraz del efecto Doppler, como Sheldon en The Big Bang Theory pero todo el mundo me decía que iba de un extraño código de barras.
Ése soy yo. Pero la peña no parece entenderlo. Yo lo entiendo, más o menos. Sé que soy jodidamente raro, como dice uno de mis compañeros, aunque él de paso me suelta una toñeja. En cierta forma, me gusta. No lo de la toñeja, aunque tampoco me molesta. No quiero ser como los demás, pero sé que tampoco soy ingenioso, ¿sabes lo que quiero decirte? Por mucho que mi padre me hable de Deleuze, yo sigo queriendo ser futbolista, aunque sea enclenque y torpe. Yo sé que no soy especialmente listo, pero tengo una estrategia: me callo, digo que sí con la cabeza. Así todos parecen convencerse de que soy muy inteligente.
De todas formas, estoy preparando mi revancha. Mis compañeros son una panda de gilipollas con las mismas zapatillas de skaters. A las chicas les ha dado por los palestinos y por reírse como imbéciles cuando les habla un chico. Mi único amigo es gordo, como os podíais imaginar, y cerramos el círculo con ENE PUNTO ENE CON MAYÚSCULA LAS DOS, el nombre clave de nuestra amiga rumana. Creo que ella cree también que yo soy inteligente e incluso que me gusta, pero yo por ahora me debato entre ser asexual y homosexual. Por cierto, y con esto termino, en la carpeta en lugar de la foto de Belén Esteban, llevo una fotomontaje de Iosu Eskorbuto con un bolso de Dolce and Gabbana colgado del cuello. No sé muy bien qué significa.
Pero, bueno, para lo que quería escribiros hoy es para contaros mi revancha. He decidido que todos mis amigos son gilipollas, incluídos el gordo y ENE PUNTO ENE CON MAYÚSCULA LAS DOS. Así que he tramado una venganza aerofágica. El viernes es el último día de clase antes de las Navidades. Se celebra por todo lo alto: campeonato de futbito, concurso de tortillas, concierto de la última banda popera con cuatro incautos componentes que vienen al colegio y muchos grupos en el patio hablando de fulanito y fulanita y fumando a escondidas. Sé que cuando termina algunos se van al parque a fumar porros y beber kalimotxo. Pero nunca me han invitado y el gordo no puede beber. Ahora, este año a muchos se les van a quitar las ganas. He conseguido reunir una petaca de laxante, tres botes de bicarbonato sódico y dos de carbonato cálcico. Mi tortilla no va a ganar el concurso, pero mi coca-cola va a merecer unos fuegos artificiales para celebrarlo. Jeje, ¿veís como tengo sentido del humor?
Ésa es mi venganza. Sé que es ridícula. Sé que el hijodeputa que escribe todo esto está siendo más sarcástico que comprensivo y sé porque puedo mirar hacia arriba y lo veo que ha elegido un título que duele, ¿sabes?, ya sé que no soy listo, pero tampoco tonto, y entiendo cuando me hacen mofa, hijodeputa. Pero me da igual, mañana más de uno se va a cagar, y me vuelvo a reír yo solo. Una pena que tú, cabrón, ya no seas alumno de este instituto, si no, me iba a encargar yo de que te rilaras por la pata pa'bajo. El Nerd de Castefa dice... será cabrón.
El viernes os cuento. Y pon FIN al final que me mola.
FIN

miércoles, 3 de febrero de 2010

Eddie Vedder


It's a mistery to me
we have a greed
with which we have agreed

You think you have to want
more than you need
until you have it all you won't be free

society, you're a crazy breed
I hope you're not lonely without me
Society (Into the Wild)

Cormac McCarthy


Just remember that the things you put into your head are there forever, he said. You might want to think about that.
You forget some things, dont you?
Yes. You forget what you want to remember and you remember what you want to forget.
The Road

domingo, 31 de enero de 2010

La raíz mineral


Llueve, los coches salpican, la niebla recorta el horizonte y se afilan las esquinas de los edificios. Llueve pero no nos cobijamos en el pórtico de la iglesia. Los dos en silencio, miramos al frente y las siluetas de la gente son más grises que nunca, más difusas, más irreales mientras ejecutan la danza del funeral. No decimos nada. Le oigo respirar. Llueve. La lluvia siempre ha estado en nuestro corazón, en nuestra sangre, somos hijos de la lluvia, de la niebla, de los coches que salpican y las esquinas afiladas de los edificios. Llueve y sin dejar de mirar al frente soy yo el primero que habla. Mi voz suena como una piedra que se hunde en el mar:
- ¿Qué vamos a hacer ahora?
No me contesta.
- Odio el puto ciclo de la vida.
- La raíz mineral, dice.
Y noto como el pelo húmedo se funde en mi frente y la gente se mantiene en movimiento ajena a nuestro silencio, a nuestra quietud. A su quietud. Repiquetean las campanas como si alguien las tañiera desde el fondo del océano. Él dice:
- Odio la puta ley de vida.
- La raíz mineral, le contesto.
Y quizás soy yo el primero en girarme para que los dos seamos capaces de mirarnos a los ojos pero nuestros ojos miran más allá de dónde querríamos que miraran, y el tiempo es tan inmenso y tan poderoso como una tormenta desatada en alta mar. Ninguno de los dos etendemos qué es lo que está pasando.
- La puta raíz mineral.

viernes, 29 de enero de 2010

Resaca


Nunca me he parado a preguntarme quién soy y por qué. La verdad es que tengo miedo. Quiero decir, temo que llegue el día en que sienta que ya es hora de decidir quién soy y por qué. Por ejemplo, ¿qué importancia tiene en todo ello mi familia?, ¿de dónde es mi familia?, ¿de dónde soy yo? ¿Quién soy? No lo sé. No sé qué porcentaje de todo esto es contigente y qué es relevante. ¿Lo que leo? ¿Lo que veo? ¿Lo que oigo? ¿Lo que fumo? ¿Lo que follo? ¿También todo eso influye? ¿Quién soy yo y quién soy yo con respecto a lo que los demás coinciden en afirmar que soy yo? ¿Qué proporción es trabalenguas y qué proporción preguntas aviesas? No sé quién soy. No sé quién soy si no soy en relación a los demás. Eso no creo que sea nada extraordinario. Siento en mi interior la misma tensión que muchos otros han sentido antes que yo y que sentirán después: la individualidad y lo social. Tengo un nombre, tengo una genealogía, tengo una nacionalidad y un carné de la biblioteca, pero, ¿quién soy? Quizás todo esto sea como lo que le ocurría a Huckleberry Finn en el río. Quizás no haya respuestas para las preguntas. Quizás sea mejor permanecer sordo y por lo tanto mudo. Quizás importe una mierda. Quizás aún no sea el momento oportuno para preguntarme quién soy y por qué. Y menos hoy, joder, si todavía me repite el orujo.