martes, 16 de marzo de 2010

Hotel con encanto


Hemos caminado demasiado, demasiado lejos. Pero ha merecido la pena. Desde aquí arriba se ve todo. El valle, el pueblo abajo, todo eso. El río. También se ve el río. Seguro que si fuera un día soleado se vería todo aún mejor. En realidad, estamos a diez minutos de la casa, pero parece que hemos caminado durante años. Primero por un camino vecinal que dibujaban los muros de las huertas, después ella dijo vayamos por aquí, y seguimos por una pista forestal embarrada. Dijo que le gustaba mancharse los zapatos y sonrió. Yo solo asentí y eso fue todo lo que hablamos. Quizás por eso parece que hemos caminado hasta hacernos viejos. Pero ha merecido la pena: el valle, el río, las montañas al fondo. Creo que a ella también le gusta.
- Antes de que te pongas romántico, déjame decirte una cosa.
Doy un paso hacia adelante y me pongo a su altura, casi al borde de un talud de hierba fresca que me imagino como un precipicio. Desde allí también se ve la casa, con su tejado húmedo. La sonrío y ella bosteza.
- Antes de que te pongas romántico, hadme un favor...
- Lo que quieras.
Yo también bostezo. La noche ha sido larga. La noche ha sido intensa. Ella se quedó dormida, pero yo seguí pasando canales sin subir la voz del televisor. El resplandor dibujaba sombras sobre su espalda, pero no me atreví a acariciarla.
- ¿Has traído el móvil?
Digo que sí con la cabeza. Busco en el abrigo pero lo encuentro en el bolsillo del pantalón.
- Aquí está.
Quizás ella mira hacia abajo y ve otra cosa, ve algo, sabe el nombre del río, conoce a alguien en la ciudad. Yo veo un valle, un río, unas montañas al fondo. Un día nublado que me ayuda a que todo parezca aún más real, mucho más real de lo que empiezo a pensar que es, pero eso solo es porque vuelvo a bostezar.
- ¿Te importaría marcar un número?
- Dime.
Dice el número y se agacha hasta que se queda de cuclillas. Marco el número sin pensarlo. Espero a que de señal. Después bajo el brazo y susurro:
- Toma.
Nadie lo coge. Dejo de mirar al horizonte, pero ella no, pero ella dice que no con la cabeza y sin mirarme añade:
- Es para ti.
Tiemblo mientras me llevo el móvil otra vez a la oreja. Ya habían cogido. Silencio. El valle es ahora más inmenso, el río más bravo, la ciudad más grande, el día más nublado. No sé por qué pero pregunto.
- ¿Quién?
Y ella contesta:
- Págala, paga el hotel y vuelve a casa. Tenemos que hablar.
Se pone de pie, se vuelve, pone su mano sobre mi hombro y volviendo hacia el camino de tierra susurra:
- Al menos, el hotel era bonito.

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