lunes, 8 de marzo de 2010

El puto gato


Hacía frío.
Acababa de ver a una ardilla enredando en el cenicero del balcón. Ella había dicho algo desde su habitación, pero no la hice caso. Lo gritó otra vez, y seguí sin prestarle atención, pero dije que sí mientras intentaba convencer al puto gato que se llamaba Maverick de que me dejara sentarme en el sofá.
No lo conseguí y me fui al frigorífico. Cuscus por todas partes y muchas ganas de devolver. Las bolas de carne picada seguían en los tuppers del Spaghetti Works.
Ni tan siquiera sé qué ostias comer, joder.
Volví a la sala de estar y me senté en el otro sofá mientras el gato me miraba ufano. Más de setenta canales y empecé a viajar de uno a otro. El último era un canal de videos musicales. Me atrajo un video de My Chemical Romance, de la música no me acuerdo. Justo el siguiente fue Oceans Breathes Salty de The Modest Mouse. Apareció por el salón y me preguntó: ¿me has oído?
Pero no la hice caso.
Oye, dijo.
Y dije que sí con la cabeza.
¿Vamos entonces?
Y dije que sí sin dejar de mirar el televisor. Movía los labios, mi pierna derecha temblaba ligeramente. Vi como el hijoputa del gato se levantaba para dejar que ella se sentara en el sofá. Cabrón.
¿Quiénes son?, preguntó.
Y me encogí de hombros mientras mi pierna derecha temblaba y mis labios se movían sin saber qué decir.
Fuimos al puto bar porque yo había dicho que sí. In my head in my heart in my soul iba silbando mientras ella conducía. Nos encontramos con esta puta gente. Supongo que el puto gato volvió a subirse al sofá. Tenía hambre y mientras ellas hablaban, yo miraba un puto partido de fútbol americano en el televisor del bar. Mi pierna derecha aún temblaba. Y al despedirnos mascullé puto gato una vez más. Puto es una palabra agradecida. Nunca te exige nada. Todo eso pensaba mientras les daba dos besos para despedirnos.
Volvimos a su casa. Volví al canal musical pero ya no estaban. Me voy a acostar, debió decir, y también creo que preguntó si por la mañana iba a seguir allí. , debí decir.
Ella se acostó en su cama y yo dormí en el sofá. Sin noticias del puto gato. A las cinco de la mañana un ruido me despertó. La ardilla había vuelta al cenicero. El gato, de espaldas, me dio un susto de muerte. Cabrón, le susurré. Miré el reloj: las cinco y cinco de la mañana.
Me vestí, me lavé los dientes sin hacer ruido, hice la mochila y me fui de allí dejando una nota en el frigorífico: me voy, tengo prisa, te llamo, por cierto, no me gusta el cuscus.
Eran las seis menos veinte de la mañana y me metí en la gasolinera de la salida: una lata de mountain dew, una chocolatina hershey y un paquete de lucky. Leí el periódico, vi las noticias en el televisor. A las siete en punto cogí el coche y conduje hasta el downtown. Todo cerrado.
Busqué la cafetería que sabía que estaría abierta y me tomé cuatro cafés solos mientras leía a Sam Shepard y miraba el reloj cada veinte minutos. A las nueve me di una vuelta por el Old Market. Un policía receloso me siguió de lejos durante unos minutos. Me senté en la puerta de la tienda de discos, saqué el libro de Sam Shepard y el paquete de lucky e intenté no quedarme dormido. Al cabo de una hora, un tío de barbas con una camisa de cuadros y unos vaqueros raídos me despertó con el ruido de las llaves.
Hey, man.
Hey you.
Can I help you?
I was just waiting for you to open the fucking cat, door, sorry.
Couple of minutes, dude.

Y los esperé. Después entré, y me sonrió como si no acabara de hablar conmigo. Tenía puesto un chaleco y en el chaleco tenía clavada una chapa muy guay: Can I help you?
Modest Mouse.
What?
Oceans Breathes Salty and lalala
, le contesté.
Y me guiñó un ojo. Se excusó y volvió en un par de minutos: Here You Are.
Al salir, el poli seguía en la esquina pero ya no se acordaba de mí. El resto de las dos horas de vuelta a casa escuché aquella canción como unas treinta veces seguidas. De manera enfermiza, cambiando la letra para gritar: fucking cat fucking cat fucking cat. El ratón modesto corría delante, pero el coche no podía evitar seguir con las ruedas pegadas al asfalto.

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