viernes, 26 de marzo de 2010

Jim, Miles, ella y yo


Salgo al porche y enciendo un cigarrillo. Hace frío y subo los cuellos de la chamarra. Se escucha el tráfico de la autopista a unos cincuenta metros, detrás de una arboleda que apenas parece una sombra. Aún está amaneciendo. Respiro, fumo, juego con el vaho. Esto parece una foto de Jim Marshall, ¿sabes? Ella ha aparecido por detrás y me abraza. ¿Cuál? Si tú fueras Janis Joplin y yo cualquier músico de acompañamiento y lo nuestro una historia de amor imposible, Jim Marshall debería estar aquí para sacarnos una foto en este porche. El sol aparece tímidamente detrás de la arboleda, por encima del ruido de la autopista. Se aparta, se abrocha la chaqueta y me quita el cigarrillo. Mira al mismo sitio hacia el que miro yo: Y si esto no fuera Burgos, claro.
Le da una calada, lo tira al vacío, y dándose media vuelta, cierra la escena: me vuelvo a la cama.
Yo me quedo allí de pie. Y pienso: ¿qué demonios quería decir con lo de Jim Marshall? Tío, parece que no reconoces el valor de las cosas si no se detienen en un instante, ¿me entiendes? No, no lo entiendo. Quiero ser Miles Davis en esa fotografía detenida en la que pierde la mirada porque mira música, su cerebro está lleno de música, sus ojos están llenos de música, y tú no lo entiendes. Busco otro cigarrillo y lo enciendo, y me siento en las escaleras y observo como el sol empieza a escalar la arboleda y se va acercando hasta el aparcamiento del motel. Puede que esto sea Burgos, que ella no sea Janis Joplin, que yo nunca consiga ser Miles Davis y que a Jim Marshall ya no le apetezca sacar fotos, pero la potencia está aquí, suspendida en el aire, inútil y desaprovechada.

Media hora más tarde, me despierta con una toñeja. Me incorporo de golpe. Estoy entumecido. ¿Cuál? Te has quedado dormido en las escaleras, por dios. Está vestida y lleva el bolso en la mano. Me voy a desayunar, anda, lávate la cara y vístete, te espero en el restaurante.
Cuando llego ya ha terminado sus tortitas y su café. Está fumando en silencio y leyendo el periódico. Un estruendo agudo anuncia mi entrada en el café, la puerta deja de chirriar cuando la cierro. No hay nadie. Solo ella, sentada al final, en una mesa, junto a la ventana, y detrás se ve el tráfico de la autopista, sombras multicolores que aparecen y desaparecen a cientocincuenta kilómetros por hora. Ya no hace frío fuera, ni dentro, y huele a café rancio y a moqueta. Un camarero de pelo revuelto y sonrisa falsa aparece por el fondo de la barra. Me acerco después de decirle hola a ella con la mano. Un café y... ¿Tostadas? Sí, ¿con aceite, tomate? No, mantequilla. Bien, yo se lo llevo, caballero.

No levanta la cabeza cuando llego. Enciendo un cigarro y miro el tráfico: es gracioso verlo sin escucharlo, como un televisor con la voz en off. Qué lees, la pregunto sin mirarla. Hace un ruido enternecedor, y con habilidad, gira el periódico y lo coloca de tal manera que soy yo el que lo lee. Fíjate tú, dice.
Y leo: fallece el fotógrafo de estrellas de rock Jim Marshall. Sigo: El artista se hizo famoso en los años 60 con sus imágenes de festivales como Monterrey o Woodstock.
Llega el camarero: aquí tiene caballero, un café con leche y unas tostadas. ¿Desean algo más? Tráigame a mí otro café, gracias, dice ella, que vuelve a mirar un segundo después: ¿qué, Miles?, ¿quién te va a sacar ahora las fotos?

Me siento rodeado, físicamente, por el café, las tostadas, el cigarro, el periódico, la silla, la mesa, ella, el camarero, la moqueta, el tráfico que no se oye. Me siento sucedáneo. Extrañamente estúpido, engañado. Tengo la resaca de la antesala de la enésima renuncia a estallar. No sé quién es ella, no sé quién soy yo, no sé quién es Jim Marshall y no sé por qué voy a Burgos y toda esa retahíla que cualquiera esperaría que retumbara en mi cabeza durante los veinte segundos que permanezco en silencio, con el morro arrugado, el cigarro consumiéndose entre los dedos, mirando las letras impresas del periódico como si se fueran a echar a andar.

¿Qué?
Nada.
En fin.

Vuelve el camarero con su café y hago clic, ya está, sonría por favor.

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