jueves, 25 de febrero de 2010

Una noche fantástica


Puede que fuera porque yo sabía que tenía que ser un día especial, qué ostias, tenía que ser un día especial. Sabes cuando te estás afeitando para salir, y dices, bueno, no dices, tienes eso que llaman un pálpito: esta noche, sí. Sea lo que sea sí, porque generalmente es mejor no pensar qué quieres decir con eso de sí, sí, ¿qué?, sí que esta noche no va a ser una más de esas noches patéticas que en línea, puestas en línea, quiero decir, dibujan el puto monigote que representa tu vida. ¿Lo ves? Por lo general, yo soy así: bla, bla, bla, y luego te doy pena. Pero aquella noche sí.
Analizémoslo. ¿Por qué?
Son detalles, ¿me entiendes? Te has reído en el trabajo, tienes plan, has cenado bien y creo que hasta dije una frase brillante de las que hacen que aquel con el que hablas te mire con otros ojos, como si te hubiera visto por primera vez.
Así que puede que fuera porque yo sabía que tenía que ser un día especial. Estábamos borrachos. No borrachos, estábamos en el estado perfecto, justo después del clímax de la borrachera, lúcidos, vivos e inexplicablemente ingeniosos. También estábamos en la playa, de verdad. No es un recurso, no me lo estoy inventando, estábamos en la playa. Alguien nos había traído en coche. Después el coche se perdió en un rincón oscuro de un aparcamiento abandonado, pero nosotros no estábamos dentro, claro.
La sonreí.
Pero ella miraba hacia el mar. El mar era algo así como un inabarcable espacio oscuro que solo se apreciaba porque arrastraba una ligera brisa húmeda. La luna estaba en la otra orilla, muy lejos, pero no quedaba mal. Ella quizás miraba para allá. Aún nos quedaba cerveza. Y cigarrillos.
Le ofrecí uno.
Lo aceptó y sonrió sin mirarme.
Como ya has podido ver hablo mucho, así que fui yo el que rompí la serena quietud de la escena y como esto no es un cuento, mi frase no fue muy ocurrente:
- Pues nada, aquí estamos.
Sonrió sin mirarme. Y unos segundos más tarde, me preguntó:
- ¿Aún viven tus padres?
- ¿Cuál?
Ni tan siquiera aguardó a que yo le contestara:
- Mi madre murió hace tres años. Era una mujer fascinante. Todo lo que yo querría ser ahora mismo. Nunca hacía ruído cuando andaba. Nunca decía una palabra de más. Yo pensaba que, en realidad, siempre decía una palabra de menos, pero no era así. Yo era una puta cría, no sé si me entiendes. Supongo que aún lo soy. Así que la odiaba. O algo parecido a eso... No creo que fuera odio, pero no podía soportarla.
Te lo voy a decir así, mientras ella seguía hablando y miraba hacia el mar, o hacia la luna, o probablemente a ningún sitio que no estuviera a tres años de distancia de aquella playa, yo solo pensaba se jodió la noche, tío, tú no estás en ese coche, pero tampoco vas a estar detrás de esa duna que ya habías elegido como el mejor lugar para ponerle un dulce final a tu noche soñada. Eso sí, también te diré que en el fondo soy un buen tipo, así que en seguida pensé: bueno, será una noche fantástica en otro sentido. Sea lo que sea en otro sentido, porque generalmente... y bla bla bla.
Creía que iba a seguir hablando, pero había agachado la cabeza y sostenía el cigarro olvidado en la mano. Nervioso, solo supe decir:
- ¿Estás bien?
Dijo que sí con la cabeza.
Se acordó del cigarro y le dio una calada.
Volvió al mar.
¿Qué hay en esa oscuridad?, pensé, porque a veces yo también me creo que puedo ser poeta.
- Mi padre, sin embargo, sí que era un jodido... fontanero. Un jodido fontanero.
Algo así como algo parecido a una risa.
- ¿Te ríes?
- Bueno, sí, perdona, no quería reírme... es lo del fontanero, no sé.
- Era un jodido amargado, eso era lo que quería decir, pero tenía sus razones.
- ¿Porque era fontanero?
- No, porque siendo fontanero provocó un incendio en el que murieron tres personas.
- ¿Cuál?
- Se olvidó del pegamento que mantenía las placas y ¡fum!, toda su puta vida, y la de su mujer, de paso, a tomar por culo.
- Pero...
- Pero que seas un puto amargado no te da derecho a amargarle la vida a los demás, ¿no?
Y yo iba pensando: sí, será una noche fantástica.
Terminé mi cigarro y lo lancé al vacío, porque no había nada delante nuestro, entre nosotros y el mar. O la oscuridad. O el espacio que ella estaba intentando remontar. ¿Lo ves? Un poeta en toda regla.
- En fin...
- En fin.
- Pues nada, aquí estamos.
La sonreí. Y ella me sonrió. Y ella me sonrió mirándome a los ojos.
- No voy a follar contigo, lo siento, pero no te preocupes, quizás la próxima vez si lo haga.
Se puso de pie de golpe y de rebote, tiró lo que quedaba de cerveza sobre la arena.
- Bueno, tampoco quería beber más cerveza.
Me ofreció la mano.
Me levanté. Y ella me sonrió mirándome a los ojos. Siguió mirándome a los ojos. Todo estaba tan oscuro como cuando miraba hacia el mar.
- ¿Vamos andando hasta la estación?
Y nos pusimos a andar. Y como esto no es un cuento tengo que decir que andamos en silencio como unos diez minutos. A veces, uno de los dos, como por turnos, miraba al otro y le sonreía, para que el silencio no fuera tan incomodo, digo yo, pero en realidad era un silencio muy agradable. Yo pensaba en cogerla de la mano, no en cogerla de la mano como si fuera, eh, ¿ves?, bien que podríamos estar en esa duna que hemos dejado atrás, tampoco como eh, es el comienzo de una bonita relación. No, quería cogerla de la mano como si fuera a decirla, no voy a olvidar este día, ¿sabes?, quizás mañana de resaca crea que puedo olvidarlo, pero no voy a olvidarlo. Creo que no voy a volverte a ver en la vida, pero de alguna manera he aprendido algo, no sé qué, porque soy un poco corto, pero algo. Todo eso puedes decir cogiendo a alguien de la mano, ¿que no? Pero no la cogí. Y llegamos a la estación. Y nos montamos en el metro y nos quedaba más de media hora de viaje hasta casa y cambiamos una y otra vez de conversación mientras hablábamos de anécdotas de aquella misma noche, de una amiga suya que tenía miedo a las flores rojas, de un amigo mío que se había acostado con su prima sin saber que lo era, de un tío de su trabajo que creía que nadie sabía pero todo el mundo sabía que todos los días a eso de las dos iba al baño a tocarse y bla bla bla. Como si no hubiéramos estado en aquella playa.
Yo sabía que tenía que ser una noche especial. Lo sabía, un pálpito, ya sabes, eso que llaman un pálpito.
Así que cuando estábamos en su portal, porque la acompañé a su portal, y después de unos segundos de silencio incómodo, fui yo el que hablé, y como en el fondo esto sí que es un cuento, maquillaré un poco mi frase:
- Pues mis padres son unas personas maravillosas, ¿sabes? Los dos. Y me alegro de que no me hayas dejado hacerte el amor en la playa, pero estoy seguro de que algún día lo harás con otro y conseguirás andar sin hacer ruído, y, sobre todo, estoy seguro de que nunca serás una persona amargada.
Quién sabe cómo había sido su día, quién sabe si ella también pensaba que iba a ser una noche fantástica, quién sabe si cuando me dio aquel beso de despedida en los labios, sabía como yo sabía y como sé ahora que volvería a verla un día cualquiera en la calle y evitaríamos cruzarnos para no decidir si nos saludábamos o no.
Así es la vida, solía decir mi padre, y así se la hemos contado, solía añadir mi madre con sarcasmo. Una vida fantástica.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Chistes


Los dos están sentados en el sofá. Uno recostado, con las piernas formando un perfecto triángulo. Bosteza. El otro está más tieso. Se desata la corbata y abre una lata de cerveza. Les une el televisor encendido frente a ellos. Te lo creas o no alguien está contando un chiste.
Cuando termina, alguien, gente, la gente aplaude.
Ninguno de los dos se mueve, pero el del triángulo se tira un pedo.
- Tío, ostias.
Balbucea: perdón, coño.
Otro chiste. Más aplausos.
- No hay nada en la puta tele, ¿no?
- Estaba viendo una peli. Están en anuncios.
- Una peli ¿de quién?
- De la de Friends.
- ¿De Jennifer Aniston? ¿Cuál?
- La de que trabaja en un supermercado y su marido pinta o algo así.
Rompe el triángulo, se incorpora y de la mesa donde el otro ha colgado los pies, coge una bolsa de marihuana y un cigarrillo rubio. Su amigo lo mira. Después le pega un buche a la cerveza.
- El marido tiene un amigo, ¿no?
- Mmmmm
- Y fuman hierba.
- Mmmm. Yo qué sé. Algo así.
Descruza las piernas, deja la cerveza en la mesa, busca el mando, lo encuentra a su lado y pregunta:
- ¿En qué canal?
- En el tres.
Ya está liándolo. Su amigo cambia. Se oye a Jennifer Aniston hablando. Cuando termina de prensar el porro, levanta la cabeza y, como era de esperar, se encuentra a sí mismo en la pantalla del televisor. Pura magia.
Mira a su amigo que le mira a él intentando simular que es capaz de mirar con sarcasmo.
- Muy gracioso.
Se enciende el porro. El otro se aburre y vuelve a coger la cerveza, vuelve a cruzar las piernas, se quita la corbata del todo. Cambia de canal y vuelve a oírse un chiste.
- ¿Sabes que es lo peor?
El del porro se quita una brizna de tabaco de los labios:
- ¿Qué?
- Que yo soy al mismo puto tiempo el marido y Jennifer Aniston.
Y el otro aplaude el chiste sin necesidad de simular que es capaz de aplaudir con sarcasmo. También en la tele aplauden. Y todos los aplausos al unísono ayudan a que el chiste sea realmente bueno.

martes, 23 de febrero de 2010

Tom Wolfe


For the grand debut of Monte Carlo as a resort in 1879 the architect Charles Garnier designed an opera house for the Place du Casino; and Sarah Bernhardt read a symbolic poem. For the debut of Las Vegas as a resort in 1946 Bugsy Siegel hired Abbott and Costello, and there, in a way, you have it all.
Las Vegas (What?) ... (Can't hear you! Too noisy) Las Vegas!!!!)

jueves, 18 de febrero de 2010

Running (for) Free


There is one little thing that helps me when I need to take the time to think about anything: running. So I went running. And I stopped running when I got to the pier, an old, almost faded, forgotten pier where a long time ago the Nazis forgot one of their airplanes. At the end of the pier you find one of those crosses that each Spanish town and city has hidden somewhere to pay homage to those fallen in the battleground.
I was overwhelmed by the landscape. The river was running wild and silent, almost inevitably alone. On the other side of the river, the lights in the windows were beginning to sparkle, heading to different households, each of it a peculiar promise of individual agency. The remnants of those lights were sparkling over the surface of the river as well. I could not hear a sound, even if the tallest bridge crossing the river was supporting a motorway only a hundred meters from where I was staying.
This is my place, I thought unconsciously.
And I could not help it but start thinking about my father.
But whenever I think about him it is as if I am thinking no more. Some kind of static energy seizes my brain. I feel tired. I lose the control.
There was a profound meaning hovering over the place, like a foggy breeze suspended over my head. I could feel it. It was not the time for big conclusions. I could feel the cold fever in my hands. Some sort of numb electric connection was coming from the pavement right into my bare legs. Those petty shadowy mountains were crumbling into my eyes. The sea was just behind. This is my place. You belong here. You are this: the impossible horizon, the narrow perspective. You belong anywhere else, but you won’t run free until you realize you won’t be able to get rid of this. You belong here. Your roots are drowned in this river. Your whole complex (hi)story begins and finishes here, the same that it begins and finishes in a dry land many miles away. You feel the ugliness. You feel the distance. You feel the bond the same you feel the freedom.
This is my place, I thought unconsciously.
I had stopped sweating. I was getting cold. The sounds from the motorway were coming back. No ideal landscape remains so that far. So I started running again. No direction home.

miércoles, 17 de febrero de 2010

mY frienD o'peA


Corría el año 1996 cuando me decidí. Cogí un avión y me marché de vacaciones a Dublín. Yo era el único que sabía que no quería volver. Y volví, pero mucho tiempo después. Un año, no mucho, pero con dieciocho aquello era (o podía ser) todo un mundo. Encontré alojamiento en la casa de un amigo de un amigo de un amigo de alguien que estudiaba conmigo. Era un tío muy simpático, que me sacaba diez años y dos cabezas, que nunca paraba por casa y siempre iba desaliñado y con barbas, no entendía lo que decía pero me alquiló la habitación del ático por la mitad del sueldo que me daban en el trabajo que él mismo me consiguió, algo así como peón en un almacén de productos para limpieza industrial. Le dejaba el sobre sobre la mesilla de la entrada y por la mañana ya no estaba. A veces nos cruzábamos en el desayuno y siempre se mostraba dicharachero y jovial. Me regalaba bolsitas de marihuana e intentaba que le enseñara cuatro palabras en castellano. Se llamaba O'Peele, pero le gustaba que le llamara O'Pea. Él me presentó a Nathan, su primo, que apareció una mañana de domingo para desayunar. Y fue Nathan el que me presentó a Carol y Carol a Parke y Parke a Ramalamadindon. Y después un sábado nos juntamos los cinco y bebimos hasta conseguir que yo hablara inglés perfectamente y todos coincidiéramos en una idea que confiábamos olvidar a la mañana siguiente: montar un grupo de música. Pero no se nos olvidó. Lo montamos. Nathan cantaba porque era taciturno y esquivo, pero con un micrófono se transformaba en una suerte de copia paranoica de Ian Curtis. También tocaba la guitarra porque sabía tocarla y porque decía que así sí que podría decir que era el líder del grupo. Carol tocaba el bajo porque dijo que una chica en un grupo de chicos siempre tocaba el bajo y porque le gustaba que fuera tan largo. Parke tocaba la batería porque tenía una en el garaje de casa, la de su hermano mayor que estaba en la trena y no volvería a ver el sol en otro par de años. Ramalamadindon no tocaba nada ni quería hacerlo pero le convencimos de que cogiera unas maracas y una pandereta y se emocionó como un chaval. Yo tocaba la otra guitarra, pero como Carol con el bajo, Parke con la batería y Rama con sus juguetes, no sabía tocarla. Así que nos llevó tres meses acabar el curso intensivo al que nos sometieron Nathan y su padre, quien al parecer había tenido una idea parecida cuando aún no había conocido a la **** madre de Nathan. Por cierto, en esos tres meses O'Pea fue arrestado por posesión de drogas y tentiva de homicidio. Al parecer, había agarrado por el cuello a un moro de Tallaght y le había lanzado por la ventana del segundo piso de un pub. Por lo tanto, me fui de la casa de Drumcondra y Nathan me ofreció compartir su apartamento en Glasnevin. Seguí trabajando en el almacén, eso sí, a pesar de que un viernes me enrollé con la hija del jefe en los baños. No lo recuerdo muy bien, porque no volví a verla y fue todo tan rápido que no me enteré de mucho, pero creo que era aún más pálida y más escuálida que yo. El caso es que teníamos un grupo, y nos pusimos un nombre: My Friend O'Pea, a manera de homenaje no sabíamos muy bien por qué. Quizás por la marihuana gratis que echábamos de menos.
Dimos nuestro primer concierto en un tugurio cerca del local. Una especia de pub clandestino lleno de gatos donde el camarero hablaba en irlandés si es que aquello era hablar. Solo había tres personas, y solo teníamos tres canciones, y derecho a tres pintas por cabeza, así que lo llamamos nuestro tercer concierto. Por cierto, al tercer acorde se me olvidó todo lo que había aprendido sobre cómo se tocaba una guitarra.
De vez en cuando, llamaba a casa y le decía a mi madre que estaba bien.
Nuestro segundo concierto...
TO BE CONTINUED

Dímelo, dímelo ya, Martin


Martin dime qué coño quieres y dímelo ya. Martin, dímelo, dímelo, dímelo ya. Martin dime qué me quieres y dímelo ya, dímelo ya, dímelo ya. Martin me la sopla que no hables mi idioma, me la sopla la playa, la brisa, la luna y la luna que acuna la nana del mar, me la sopla, dímelo ya. Martin dime qué me quieres qué me quieres qué me quieres coger, comer, tomar, beber, meter, sacar, lamer, verter, robar, sobar, besar, atar, mesar o azotar, dímelo ya. Martin quiero que me entiendas aunque no hables mi idioma porque te lo digo con los ojos, ¿no lo ves?, te lo digo con mi cuerpo, ¿no lo notas?, te lo digo con esta extraña electricidad que me nace del vientre. Pero tú no lo entiendes, Martin. Tú no lo ves. No hablas mi idioma. No comprendes mis huecos. No sientes mis ecos. No lees mis heridas. Tú no lo ves. Ves la playa y la luna y la brisa que acuna la luna que mece la nana del mar, pero hace tiempo que yo acabé por entender que todos esos paisajes románticos son de cartón piedra y que el único paisaje que merece la pena admirar es el desierto de mi entrepierna. Martin dímelo ya, cariño, dímelo ya. Martin, dímelo, dímelo ya.

sábado, 13 de febrero de 2010

Hélène Cixous


I meant most of the time we don't live, we exist. We call that living but it's not true. We exist or we survive. Living is a battle. It changes all the time. Living according to changes is also something that belongs to that work of truth that I believe in.
"Difficult Joy" in The Body and The Text: Hélène Cixous, Reading and Teaching

jueves, 11 de febrero de 2010

La parra que crecía por la pared de la casa del poeta Lamartine


Entonces empezó a beber y a beber y a beber y eso. Él siempre decía que era vulnerable, débil, no sé. Se creyó a pies juntillas todo lo que decían de él. No te creas que es algo tan extraño. Quiénes somos es una complicada ecuación entre lo que nosotros creemos que somos y los que otros consideran que somos. Tú por ejemplo, y no te lo tomes a mal, te crees que eres listo y guapo, pero en realidad eres un tío vulgar y mediocre. Pues él no sabía quién era, escribió ese puto libro para ver si lo averiguaba y resultó que todo el mundo decidió que sí, que debía ser ése, el personaje quiero decir. Así que él lo aceptó. ¿Sabes quién es Lamartine? ¿El poeta? Yo tampoco pero leí una vez que escribió un poema supuestamente autobiográfico sobre la casa en la que creció. Se ve que tiempo después, un crítico analizó el poema con una rigurosidad histórica casi científica y criticó el poema porque faltaba a la verdad. En el poema, Lamartine hablaba de una parra que crecía por la pared de la casa y el crítico había descubierto que en aquellos tiempos ninguna parra crecía por la pared de la casa. Unos años más tarde, para salvar el matrimonio entre poesía y verdad, la esposa de Lamartine cultivó una parra que crecía por la pared de la casa. Pues a éste le pasó lo mismo, se puso a beber y a beber y a beber y eso, se subió a la parra. Acabó como el personaje de su libro, pero con una sola diferencia, que a él no le quedó la posibilidad de redimirse en la ficción. ¿Por qué, tú que crees que eres tan listo y guapo pero eres vulgar y mediocre, no intentas redimirlo? Quizás así todo el mundo crea que eres vulgar y mediocre, como era él, y al menos alguien acierte con la metáfora, ¿me entiendes?

martes, 9 de febrero de 2010

Gary Snyder


The trees we climb and the ground we walk on have given us five fingers and toes
Practice of the Wild

viernes, 5 de febrero de 2010

Colorful Words


Last time I told her that it would take only a couple of months longer and then we would be able to move again. That was the last time, but it wasn't the first. And she always answered the same way: I shouldn't be here, she used to say. But that last time she was ironing and she was looking down. That is what sticks in my mind. At first, she used to say that she shouldn't be there with a bit of irony. Then, the words went darker. Words are like colors, you know that, and hers were going darker. I knew it. I could sense it. But I didn't say anything. It would take just a couple of months longer.
Next I can remember is that she stopped ironing. She stared at me. She said:
- Love can't cope with it, and you know it.
- It won't take more than a couple of months, baby. We're doing a great job here.
And she went back. She grabbed the iron and waited for a couple of seconds. Just a couple of seconds longer.
- I hate it here. I hate it here with all my heart.
I knew my words were losing their colour but I said it anyway:
- Just try to adjust to their worldview, sweet.
- Their worldview sucks, and yours sucks as well.
And I could smell the heating of the sheet.
That was the last time. Next morning I woke up early in the morning and slipped away. When I came back in the sunset, nobody was around.
Nobody was in the living room, nobody was in the room. I went to the garage and there she was. But I forgot everything about it. The only thing I can remember was the smell of the ironing and the color of her words. You know that words have colors. They also have hands, and they are seizing my throat, that is all I can say so far.

jueves, 4 de febrero de 2010

Tres veces


A las diez menos cuarto estoy en la esquina del salón Bahía. Hace tres horas que entró. En ese tiempo ha salido y entrado dieciséis veces. Unas veces, solo para sentarse con algún otro parroquiano en la terraza del Salón Bahía. En una ocasión, bajó hasta la plaza y habló con dos jóvenes senegaleses en un banco, el banco junto a la primera palmera. Después, volvió, aparentemente satisfecho. Son las diez menos cuarto. Dentro se escucha la algarabía típica. Entro. Sonrío y elijo la esquina debajo del televisor: dos camareros y doce personas. Seis pertenecen al mismo grupo, jóvenes entre veinte y veinticinco años que beben caña corta y juegan a la máquina del bingo. Él está con otros dos paisanos, en la esquina contraria, hablan a gritos lo mismo de fútbol que de lo que le sucedió a uno de ellos hace tres días en la plaza de las flores. Él bebe agua. Quedan otras tres personas. Una mujer de mediana edad y a la que todos parecen conocer y tratar con condescendencia está sentada sola y en silencio en una mesa, mirando hacia el televisor. Un anciano de barba blanca le acompaña en el gesto y en la falta de palabras, pero él está sentado en un taburete de la mesa y nadie le trata con condescendencia. El último soy yo. Y yo pido una cerveza y sonrío al camarero que no me la devuelve. Después, palpo un bulto en el interior de mi chaqueta de cuero de corte tieso y convencional. El camarero tira mi caña mientras yo paso al lado del anciano que no muda el gesto y ella en la mesa no me mira y cuando llego a la altura de los tres parroquianos, él es el primero en levantar la cabeza. Sonrío. El bulto se convierte en revolver, le apunto y le disparo tres veces en la cabeza sin darle tiempo a abrir la boca ni a cerrar los ojos. Silencio. Nadie se mueve. Solo se oye la música de las máquinas. El camarero había dejado la caña sobre la mesa. La bebo de un trago. Silencio. Sonrío. Cuando vuelvo hacia atrás, sin temer por mi espalda, paso al lado de ella y mirando hacia el televisor digo hola. No oigo nada. Me vuelvo lentamente, la sonrío, reconozco sus ojos, ella los míos y disparo tres veces en otra cabeza. Después salgo de allí por mi propio paso, sin mirar atrás, sin prisa, con la dirección fija en el laberinto del Pópulo.

Outfit


Tengo una maleta de piel de cocodrilo que compré en un mercadillo de Londres. También tengo una chaqueta de franela gris y una camisa lisa de color blanco que encontré en un armario de una casa donde pasé la noche porque encontré la puerta abierta y una nota en el frigorífico que ponía, pasa y ponte cómodo. Esto fue en Nueva York. Tengo, por supuesto, pantalones de pana que heredé de mi abuelo pero tuve que cambiarles la cremallera de la bragueta y para ello fui a una mercería de Valladolid donde una señora me explico que a su marido lo mataron en la guerra del treinta y seis. Por beber agua, repetía. Tengo calzoncillos verdes del ejército que me regaló el primo de una chica con la que practique sexo oral en la playa de Sitges. En el bolsillo izquierdo noto el peso de un gran manojo de llaves que no abren ninguna puerta. Se lo compré a un ropavejero gitano en la plaza mayor de Málaga. Cuando me aburro, las tintineo. Me he dejado barba de tres días porque quería hacer una promesa y no sabía qué ni a quién. También me he dejado el pelo largo pero es aceitoso y enredado, no me gusta. Por último, los zapatos son robados. El jueves entré en una zapatería de Bilbao. A punta de pistola le dije a la tendera que quería unos zapatos sencillos sin tacón, del treinta y seis, y después le expliqué lo de la señora de la mercería de Valladolid sin dejar de apuntarla con la pistola.

Jerez de la Frontera-Cádiz


Que dónde estoy, estoy ahora mismo en la estación de Jerez de la Frontera, que qué hago aquí, no sé, el tren está parado, que cómo es, no sé, es bonita, tiene un reloj, y andenes, y los vanos azules, ya estamos andando y los patios traseros de las casas son como los de Vallecas, como si estuviera en el tren de cercanías, que qué tiempo hace, sol, hace sol.

Devendra Banhart me pone nervioso, todo lo que huela a pachuli o piense por cualquier razón o caprichoso juego visual que tiene potencial para oler a pachuli me pone nervioso. También me ponen nervioso las múltiples posibilidades estéticas del vello facial. Por eso, Devendra Banhart me pone nervioso, que no es explícitamente un sentimiento negativo. A veces, estar nervioso es agradable. Por ejemplo, a mí me gusta estar nervioso en la playa. Siempre. En la playa, siempre. Si encima escucho a Devendra Banhart, mucho mejor.

Una lengua de tierra roja, sin rotular pero con las heridas del barbecho, el mar se quedó atrás y el tren pasa a mucha velocidad, pero lo veo. Veo un opel corsa verde bajo el sol, en medio del campo, sin rotular, sin destino, sin recorrido. No me da tiempo a imaginarme nada porque el tren sigue, y ahora se ondula el paisaje y se vuelve amarillo, de un blanco sucio, tierra que se pudre con las astillas del trigo recogido. Árboles descolocados. El opel corsa verde sigue allí.

Bajo del tren dos horas después, en Cádiz. Media tarde. Sé donde tengo que ir pero me paro en la esquina de la vieja cafetería Novelty. Dudo por un momento, pero luego sigo hacia arriba, calle de San Francisco, hasta el hostal del mismo nombre, frente al hotel de Las Cortes, a pocos metros de la plaza que comparte nombre con la calle y el hostal. Habitación con baño. Dejo la maleta de piel de cocodrilo sobre la cama. Voy al baño y cierro la puerta.

Es una habitación sin ventanas. Tiene una cama que ocupa el centro sentimental de la habitación. Con sus dos mesillas que hacen de capillas y un cabecero de forja que sirve como retablo. En la habitación, tengo un buró y encima la televisión, de pantalla plana, de marca japonesa, incapaz de ponerla en marcha sin el mando a distancia. El baño tiene la puerta abierta. Un gran cristal de espejo oxidado. Sobre el mármol, un surtido de artículos de baño. Todo el mundo sabe de que hablo.

Revienta


Revienta. Se me ocurre decirte que revientes. Revienta. Una palabra con muchas posibilidades, con metáforas, imágenes y colores dentro, que explotan. Revienta. Se me ocurre decirte revienta.
Ahora te explico que he escrito todo eso porque quería escribir pero no sabía qué.
Ven, acompáñame e inventémonos un significado. Los significados se inventan. Los significantes existen. El mundo de las ideas se desmorona. Revienta. Ven, acompáñame, ahora te digo que estoy borracho y la forma y el contenido ya encuentran una sencilla explicación. Todos felices.
Todos miran hacia el cielo azul mientras yo miro la farola.

La revancha castiza del Nerd de Castefa


Tengo granos en la cara y mi grupo preferido es Astrud. Dice mi madre que es por los hidratos de carbono pero el caso es que me pongo de perfil y, en fin, parezco el dial de la radio. Me gusta oír la radio pero eso no lo he dicho nunca. Si quiero, quiero ser tertuliano. Hablar de moda y de política y de sociedad. Me gustaría llevar en la carpeta una foto de Belén Esteban, justo al lado de otra de Levi-Strauss. No es que haya leído a Levi-Strauss pero mi padre siempre acaba con una coletilla suya cuando me quiere hablar de mi futuro. Si está cansado, recurre a Baudrillard. Yo siempre le contesto moviendo la cabeza de arriba a abajo.
Me gusta el humor también. El humor de la televisión. Mi madre es fan de Gila y una vez me llevó al teatro para verlo solo en el escenario al lado de un teléfono y con un casco militar. No lo entendía. A mí me gusta el Nen de Castefa, Enjuto Mojamuto y el Borja y el Josebas. En mi clase hicimos una vez un concurso de disfraces y yo me fabriqué mi propio disfraz del efecto Doppler, como Sheldon en The Big Bang Theory pero todo el mundo me decía que iba de un extraño código de barras.
Ése soy yo. Pero la peña no parece entenderlo. Yo lo entiendo, más o menos. Sé que soy jodidamente raro, como dice uno de mis compañeros, aunque él de paso me suelta una toñeja. En cierta forma, me gusta. No lo de la toñeja, aunque tampoco me molesta. No quiero ser como los demás, pero sé que tampoco soy ingenioso, ¿sabes lo que quiero decirte? Por mucho que mi padre me hable de Deleuze, yo sigo queriendo ser futbolista, aunque sea enclenque y torpe. Yo sé que no soy especialmente listo, pero tengo una estrategia: me callo, digo que sí con la cabeza. Así todos parecen convencerse de que soy muy inteligente.
De todas formas, estoy preparando mi revancha. Mis compañeros son una panda de gilipollas con las mismas zapatillas de skaters. A las chicas les ha dado por los palestinos y por reírse como imbéciles cuando les habla un chico. Mi único amigo es gordo, como os podíais imaginar, y cerramos el círculo con ENE PUNTO ENE CON MAYÚSCULA LAS DOS, el nombre clave de nuestra amiga rumana. Creo que ella cree también que yo soy inteligente e incluso que me gusta, pero yo por ahora me debato entre ser asexual y homosexual. Por cierto, y con esto termino, en la carpeta en lugar de la foto de Belén Esteban, llevo una fotomontaje de Iosu Eskorbuto con un bolso de Dolce and Gabbana colgado del cuello. No sé muy bien qué significa.
Pero, bueno, para lo que quería escribiros hoy es para contaros mi revancha. He decidido que todos mis amigos son gilipollas, incluídos el gordo y ENE PUNTO ENE CON MAYÚSCULA LAS DOS. Así que he tramado una venganza aerofágica. El viernes es el último día de clase antes de las Navidades. Se celebra por todo lo alto: campeonato de futbito, concurso de tortillas, concierto de la última banda popera con cuatro incautos componentes que vienen al colegio y muchos grupos en el patio hablando de fulanito y fulanita y fumando a escondidas. Sé que cuando termina algunos se van al parque a fumar porros y beber kalimotxo. Pero nunca me han invitado y el gordo no puede beber. Ahora, este año a muchos se les van a quitar las ganas. He conseguido reunir una petaca de laxante, tres botes de bicarbonato sódico y dos de carbonato cálcico. Mi tortilla no va a ganar el concurso, pero mi coca-cola va a merecer unos fuegos artificiales para celebrarlo. Jeje, ¿veís como tengo sentido del humor?
Ésa es mi venganza. Sé que es ridícula. Sé que el hijodeputa que escribe todo esto está siendo más sarcástico que comprensivo y sé porque puedo mirar hacia arriba y lo veo que ha elegido un título que duele, ¿sabes?, ya sé que no soy listo, pero tampoco tonto, y entiendo cuando me hacen mofa, hijodeputa. Pero me da igual, mañana más de uno se va a cagar, y me vuelvo a reír yo solo. Una pena que tú, cabrón, ya no seas alumno de este instituto, si no, me iba a encargar yo de que te rilaras por la pata pa'bajo. El Nerd de Castefa dice... será cabrón.
El viernes os cuento. Y pon FIN al final que me mola.
FIN

miércoles, 3 de febrero de 2010

Eddie Vedder


It's a mistery to me
we have a greed
with which we have agreed

You think you have to want
more than you need
until you have it all you won't be free

society, you're a crazy breed
I hope you're not lonely without me
Society (Into the Wild)

Cormac McCarthy


Just remember that the things you put into your head are there forever, he said. You might want to think about that.
You forget some things, dont you?
Yes. You forget what you want to remember and you remember what you want to forget.
The Road