jueves, 4 de febrero de 2010

Jerez de la Frontera-Cádiz


Que dónde estoy, estoy ahora mismo en la estación de Jerez de la Frontera, que qué hago aquí, no sé, el tren está parado, que cómo es, no sé, es bonita, tiene un reloj, y andenes, y los vanos azules, ya estamos andando y los patios traseros de las casas son como los de Vallecas, como si estuviera en el tren de cercanías, que qué tiempo hace, sol, hace sol.

Devendra Banhart me pone nervioso, todo lo que huela a pachuli o piense por cualquier razón o caprichoso juego visual que tiene potencial para oler a pachuli me pone nervioso. También me ponen nervioso las múltiples posibilidades estéticas del vello facial. Por eso, Devendra Banhart me pone nervioso, que no es explícitamente un sentimiento negativo. A veces, estar nervioso es agradable. Por ejemplo, a mí me gusta estar nervioso en la playa. Siempre. En la playa, siempre. Si encima escucho a Devendra Banhart, mucho mejor.

Una lengua de tierra roja, sin rotular pero con las heridas del barbecho, el mar se quedó atrás y el tren pasa a mucha velocidad, pero lo veo. Veo un opel corsa verde bajo el sol, en medio del campo, sin rotular, sin destino, sin recorrido. No me da tiempo a imaginarme nada porque el tren sigue, y ahora se ondula el paisaje y se vuelve amarillo, de un blanco sucio, tierra que se pudre con las astillas del trigo recogido. Árboles descolocados. El opel corsa verde sigue allí.

Bajo del tren dos horas después, en Cádiz. Media tarde. Sé donde tengo que ir pero me paro en la esquina de la vieja cafetería Novelty. Dudo por un momento, pero luego sigo hacia arriba, calle de San Francisco, hasta el hostal del mismo nombre, frente al hotel de Las Cortes, a pocos metros de la plaza que comparte nombre con la calle y el hostal. Habitación con baño. Dejo la maleta de piel de cocodrilo sobre la cama. Voy al baño y cierro la puerta.

Es una habitación sin ventanas. Tiene una cama que ocupa el centro sentimental de la habitación. Con sus dos mesillas que hacen de capillas y un cabecero de forja que sirve como retablo. En la habitación, tengo un buró y encima la televisión, de pantalla plana, de marca japonesa, incapaz de ponerla en marcha sin el mando a distancia. El baño tiene la puerta abierta. Un gran cristal de espejo oxidado. Sobre el mármol, un surtido de artículos de baño. Todo el mundo sabe de que hablo.

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