jueves, 25 de febrero de 2010

Una noche fantástica


Puede que fuera porque yo sabía que tenía que ser un día especial, qué ostias, tenía que ser un día especial. Sabes cuando te estás afeitando para salir, y dices, bueno, no dices, tienes eso que llaman un pálpito: esta noche, sí. Sea lo que sea sí, porque generalmente es mejor no pensar qué quieres decir con eso de sí, sí, ¿qué?, sí que esta noche no va a ser una más de esas noches patéticas que en línea, puestas en línea, quiero decir, dibujan el puto monigote que representa tu vida. ¿Lo ves? Por lo general, yo soy así: bla, bla, bla, y luego te doy pena. Pero aquella noche sí.
Analizémoslo. ¿Por qué?
Son detalles, ¿me entiendes? Te has reído en el trabajo, tienes plan, has cenado bien y creo que hasta dije una frase brillante de las que hacen que aquel con el que hablas te mire con otros ojos, como si te hubiera visto por primera vez.
Así que puede que fuera porque yo sabía que tenía que ser un día especial. Estábamos borrachos. No borrachos, estábamos en el estado perfecto, justo después del clímax de la borrachera, lúcidos, vivos e inexplicablemente ingeniosos. También estábamos en la playa, de verdad. No es un recurso, no me lo estoy inventando, estábamos en la playa. Alguien nos había traído en coche. Después el coche se perdió en un rincón oscuro de un aparcamiento abandonado, pero nosotros no estábamos dentro, claro.
La sonreí.
Pero ella miraba hacia el mar. El mar era algo así como un inabarcable espacio oscuro que solo se apreciaba porque arrastraba una ligera brisa húmeda. La luna estaba en la otra orilla, muy lejos, pero no quedaba mal. Ella quizás miraba para allá. Aún nos quedaba cerveza. Y cigarrillos.
Le ofrecí uno.
Lo aceptó y sonrió sin mirarme.
Como ya has podido ver hablo mucho, así que fui yo el que rompí la serena quietud de la escena y como esto no es un cuento, mi frase no fue muy ocurrente:
- Pues nada, aquí estamos.
Sonrió sin mirarme. Y unos segundos más tarde, me preguntó:
- ¿Aún viven tus padres?
- ¿Cuál?
Ni tan siquiera aguardó a que yo le contestara:
- Mi madre murió hace tres años. Era una mujer fascinante. Todo lo que yo querría ser ahora mismo. Nunca hacía ruído cuando andaba. Nunca decía una palabra de más. Yo pensaba que, en realidad, siempre decía una palabra de menos, pero no era así. Yo era una puta cría, no sé si me entiendes. Supongo que aún lo soy. Así que la odiaba. O algo parecido a eso... No creo que fuera odio, pero no podía soportarla.
Te lo voy a decir así, mientras ella seguía hablando y miraba hacia el mar, o hacia la luna, o probablemente a ningún sitio que no estuviera a tres años de distancia de aquella playa, yo solo pensaba se jodió la noche, tío, tú no estás en ese coche, pero tampoco vas a estar detrás de esa duna que ya habías elegido como el mejor lugar para ponerle un dulce final a tu noche soñada. Eso sí, también te diré que en el fondo soy un buen tipo, así que en seguida pensé: bueno, será una noche fantástica en otro sentido. Sea lo que sea en otro sentido, porque generalmente... y bla bla bla.
Creía que iba a seguir hablando, pero había agachado la cabeza y sostenía el cigarro olvidado en la mano. Nervioso, solo supe decir:
- ¿Estás bien?
Dijo que sí con la cabeza.
Se acordó del cigarro y le dio una calada.
Volvió al mar.
¿Qué hay en esa oscuridad?, pensé, porque a veces yo también me creo que puedo ser poeta.
- Mi padre, sin embargo, sí que era un jodido... fontanero. Un jodido fontanero.
Algo así como algo parecido a una risa.
- ¿Te ríes?
- Bueno, sí, perdona, no quería reírme... es lo del fontanero, no sé.
- Era un jodido amargado, eso era lo que quería decir, pero tenía sus razones.
- ¿Porque era fontanero?
- No, porque siendo fontanero provocó un incendio en el que murieron tres personas.
- ¿Cuál?
- Se olvidó del pegamento que mantenía las placas y ¡fum!, toda su puta vida, y la de su mujer, de paso, a tomar por culo.
- Pero...
- Pero que seas un puto amargado no te da derecho a amargarle la vida a los demás, ¿no?
Y yo iba pensando: sí, será una noche fantástica.
Terminé mi cigarro y lo lancé al vacío, porque no había nada delante nuestro, entre nosotros y el mar. O la oscuridad. O el espacio que ella estaba intentando remontar. ¿Lo ves? Un poeta en toda regla.
- En fin...
- En fin.
- Pues nada, aquí estamos.
La sonreí. Y ella me sonrió. Y ella me sonrió mirándome a los ojos.
- No voy a follar contigo, lo siento, pero no te preocupes, quizás la próxima vez si lo haga.
Se puso de pie de golpe y de rebote, tiró lo que quedaba de cerveza sobre la arena.
- Bueno, tampoco quería beber más cerveza.
Me ofreció la mano.
Me levanté. Y ella me sonrió mirándome a los ojos. Siguió mirándome a los ojos. Todo estaba tan oscuro como cuando miraba hacia el mar.
- ¿Vamos andando hasta la estación?
Y nos pusimos a andar. Y como esto no es un cuento tengo que decir que andamos en silencio como unos diez minutos. A veces, uno de los dos, como por turnos, miraba al otro y le sonreía, para que el silencio no fuera tan incomodo, digo yo, pero en realidad era un silencio muy agradable. Yo pensaba en cogerla de la mano, no en cogerla de la mano como si fuera, eh, ¿ves?, bien que podríamos estar en esa duna que hemos dejado atrás, tampoco como eh, es el comienzo de una bonita relación. No, quería cogerla de la mano como si fuera a decirla, no voy a olvidar este día, ¿sabes?, quizás mañana de resaca crea que puedo olvidarlo, pero no voy a olvidarlo. Creo que no voy a volverte a ver en la vida, pero de alguna manera he aprendido algo, no sé qué, porque soy un poco corto, pero algo. Todo eso puedes decir cogiendo a alguien de la mano, ¿que no? Pero no la cogí. Y llegamos a la estación. Y nos montamos en el metro y nos quedaba más de media hora de viaje hasta casa y cambiamos una y otra vez de conversación mientras hablábamos de anécdotas de aquella misma noche, de una amiga suya que tenía miedo a las flores rojas, de un amigo mío que se había acostado con su prima sin saber que lo era, de un tío de su trabajo que creía que nadie sabía pero todo el mundo sabía que todos los días a eso de las dos iba al baño a tocarse y bla bla bla. Como si no hubiéramos estado en aquella playa.
Yo sabía que tenía que ser una noche especial. Lo sabía, un pálpito, ya sabes, eso que llaman un pálpito.
Así que cuando estábamos en su portal, porque la acompañé a su portal, y después de unos segundos de silencio incómodo, fui yo el que hablé, y como en el fondo esto sí que es un cuento, maquillaré un poco mi frase:
- Pues mis padres son unas personas maravillosas, ¿sabes? Los dos. Y me alegro de que no me hayas dejado hacerte el amor en la playa, pero estoy seguro de que algún día lo harás con otro y conseguirás andar sin hacer ruído, y, sobre todo, estoy seguro de que nunca serás una persona amargada.
Quién sabe cómo había sido su día, quién sabe si ella también pensaba que iba a ser una noche fantástica, quién sabe si cuando me dio aquel beso de despedida en los labios, sabía como yo sabía y como sé ahora que volvería a verla un día cualquiera en la calle y evitaríamos cruzarnos para no decidir si nos saludábamos o no.
Así es la vida, solía decir mi padre, y así se la hemos contado, solía añadir mi madre con sarcasmo. Una vida fantástica.

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