domingo, 31 de enero de 2010

La raíz mineral


Llueve, los coches salpican, la niebla recorta el horizonte y se afilan las esquinas de los edificios. Llueve pero no nos cobijamos en el pórtico de la iglesia. Los dos en silencio, miramos al frente y las siluetas de la gente son más grises que nunca, más difusas, más irreales mientras ejecutan la danza del funeral. No decimos nada. Le oigo respirar. Llueve. La lluvia siempre ha estado en nuestro corazón, en nuestra sangre, somos hijos de la lluvia, de la niebla, de los coches que salpican y las esquinas afiladas de los edificios. Llueve y sin dejar de mirar al frente soy yo el primero que habla. Mi voz suena como una piedra que se hunde en el mar:
- ¿Qué vamos a hacer ahora?
No me contesta.
- Odio el puto ciclo de la vida.
- La raíz mineral, dice.
Y noto como el pelo húmedo se funde en mi frente y la gente se mantiene en movimiento ajena a nuestro silencio, a nuestra quietud. A su quietud. Repiquetean las campanas como si alguien las tañiera desde el fondo del océano. Él dice:
- Odio la puta ley de vida.
- La raíz mineral, le contesto.
Y quizás soy yo el primero en girarme para que los dos seamos capaces de mirarnos a los ojos pero nuestros ojos miran más allá de dónde querríamos que miraran, y el tiempo es tan inmenso y tan poderoso como una tormenta desatada en alta mar. Ninguno de los dos etendemos qué es lo que está pasando.
- La puta raíz mineral.

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