viernes, 29 de enero de 2010

Mi puta anécdota


- Estaba predestinado, papá, joder.
- Ni predestinado ni ostias, ¿qué predestinado? ¿Predestinado? ¿Pre qué? ¿De qué demonios hablas?
Y cierra la puerta de mi cuarto de golpe.
Mi cuarto. Joder, tenía que haber escrito esto en su día, no ahora. Ahora todo es nostalgia, todo es un esfuerzo valdío. Las energías que podrían emanar al escribir esta historia han perdido fuerza, como una lata de refresco abierta. Fffff, sin fuerza. Mi cuarto. Mi puto cuarto. Recuerdo tanto el aspecto físico, como el hedor anímico que aún debe impregnar las paredes. Mi puto cuarto.
Y se vuelve a abrir la puerta, pero con delicadeza.
- ¿Qué ha pasado, cariño?
Mi madre se asoma con recelo.
- Nada, mamá, joder, nada.
Gana determinación por inercia y se acerca hasta la cama pero yo hundo la cabeza en la almohada.
- ¿Ha sido por lo del sindicato?
Me callo. Ahogo el grito porque ya sabía que resultaría inútil. Ahora lo sé, pero antes también lo sabía. ¿Para qué iba a gritar? ¿Qué iba a gritar? ¿Que la vida era una mierda? ¿Que no era feliz? ¿Que estaba superado por las convenciones? ¿Que me sentía inútil, atrapado, maniatado? Nadie grita eso sin tener que dar luego explicaciones, con más palabras o con sus propios actos, y yo solo quería seguir tumbado con la cabeza hundida en la almohada. Nada más.
- Déjame, mamá, por favor, no pasa nada.

Había terminado la universidad y había decidido que no merecía la pena seguir estudiando. En realidad, quería, pero prefería doblegarme ante las circunstancias. No tenía sueños, no quería tenerlos, hasta eso había llegado a hastiarme. Así que me puse a trabajar. Y mi padre se emocionó. Consideró que aquello era el primer síntoma de madurez y puso toda su ilusión en participar de ello. No había podido participar de mi adolescencia, y, al parecer, estaba dispuesto a no perder la oportunidad durante el siguiente período de mi desarrollo. Así que aquella misma mañana, en el desayuno, con una sonrisa apenas esbozada pero una excitación casi obscena en la voz, me dijo:
- Tenemos que sindicalizarte. Si vas a trabajar, es bueno que tengas un sindicato. Tienes que estar protegido, nunca se sabe. El mío es mejor que no. Así que solo nos quedan otros dos. Podemos ir hoy a preguntar a ELA-STV, ya sabes quiénes son sus primos hermanos, y eso siempre es bueno.
No dije nada. Me levanté y dejé el tazón en el fregadero. Había dicho que sí. Y después vino todo lo que me llevó a hundir la cabeza en la almohada. Lo cuento, pero como digo, tendría que haberlo contado en su momento. Ahora, solo parece una anécdota ligeramente ingeniosa que no trasciende significado sustancial ninguno. Eso sí, a mí me duele como solo sigue doliendo el dolor cuando lo recuerdas, pero eso es cosa mía, y no sirve para nada.
Al salir a la calle, él tiró hacia la izquierda y yo miré hacia la derecha. Junto a las escaleras que subían a la plaza había una pintada, una pintada que llevaba años escrita en aquel rincón, una pintada que había visto cada mañana desde que subía por allí para coger el autobús de línea.
- Qué haces, vamos.
La puta pintada.
- Bueno, ¿entonces vamos a ELA-STV? ¿O prefieres CCOO? ¿Cómo lo ves?
- Yo ya sé a cuál me quiero afiliar, papá. Si es que me tengo que afiliar a alguno, claro.
- ¿Lo sabes?
- Sí.
- ¿Y cuál es ése?

Hemos llegado al cruce. El semáforo está en rojo. Con la barbilla le dirijo hasta el primer piso del edificio de la esquina. Levanta la mirada lentamente, como temiéndose lo peor:
- ¿La CNT?
- ¿Por qué no?

Luego vinieron los gritos, la media vuelta, el portazo y la almohada. Ah, y lo de estar predestinado. No es una buena frase ni la palabra adecuada, lo reconozco, pero yo sabía lo que quería decir, y él también. Vamos, hombre: me había oído hablar de Casas Viejas, ostias, los domingos andábamos en bici por el paseo de Dolores Ibarruri, ¡él mismo me había subido a las minas de La Arboleda! y la pintada, claro, la puta pintada. ¿No escuchaba lo que decían las letras de las canciones que oía? Papá, por dios, era una puta broma. Yo no quería afiliarme a la CNT, pero por supuesto que estaba más cerca del no botes a nadie porque nadie resolverá tus problemas o del contra nosotros los que quieran, con nosotros los que puedan, que de el carné de un sindicato nacional. La puta pintada, mi puto cuarto, la puta CNT. Debería haber escrito todo esto hace mucho tiempo. Debería habérselo dicho.
¿Y qué es lo más gracioso? Lo más gracioso es que ahora mi padre estaría orgulloso de mí. No tengo carné de ningún sindicato, estoy en el paro, y ya no recuerdo las letras de Eskorbuto pero estoy seguro de que estaría orgulloso de mí, y si es así, sería porque entendió que todo fue gracias a mi puto cuarto, a la puta pintada y a la puta CNT.

No hay comentarios:

Publicar un comentario