lunes, 25 de enero de 2010

El cumpleaños de Berti


Berti está borracho. Le doy con el codo a quien está a mi lado y lo repito: Berti está borracho, ¿no? Hay mucha gente en la habitación. Al principio estoy feliz, luego no. En realidad, luego es relativo, es progresivo. También fue relativo que estuviera feliz al principio. Quería estar feliz, quería beber, quería seguir siendo feliz, relativamente, progresivamente. Pero la sola idea de quererlo ya era señal de fracaso, ¿no? Le doy con el codo a quien está a mi lado y lo repito: soy un fracasado, tío. El desconocido que está a mi lado sonríe. Sonríe mucho. Sonríe cerca. Se acerca a mi oreja. Me la lame. Al principio me gusta, luego no. Me levanto de golpe y sin mirar atrás, esquivo a la gente, a la música, a las voces, a los desconocidos que intentan lamerme la oreja. He perdido a Berti. Me he perdido. Subo unas escaleras enmoquetadas y se va apagando la música. Hay un pasillo largo y estrecho, lleno de puertas, lleno de gente que lee esto y piensa que voy a escribir que solo faltaban dos gemelas en bicicleta. Pero no, abro la primera puerta y es un cuarto de baño inmaculado, marmol de vetas rosáceas, grifos de ribetes dorados y una bañera sin agua donde me tumbo y soy feliz, al principio y luego también. La música, la gente, los lametones de desconocidos son un murmullo sordo que parece estar a kilómetros. Me siento cómodo. En paz. Me incorporo y abro el grifo. Al principio tengo frío, luego no. Luego me siento aún más cómodo, en paz. El murmullo sordo se ensordece aún más, solo oigo el grifo, me concentro en el agua, cierro los ojos y me dejo llevar. Una gran fiesta, ¿dónde estará Berti?

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