domingo, 16 de mayo de 2010

Los pistachos


Dale (léase Deil) tiene que comprar pistachos. Kerry (léase como se escribe) le pregunta por qué justo antes de estornudar y quejarse de las putas corrientes. Así que Wax (léase Güaks) no deja que Deil conteste y repite ¡las putas corrientes! Esta casa está llena de corrientes, repite Kerry y dice que sí con la cabeza, ajeno al sarcasmo de Wax que si entiende Putnam (léase petnen, o al menos así lo digo yo), y se ríe pero se aburre y cree que puede ser mejor volver a lo de los pistachos, así que mientras yo me levanto para cerrar una ventana que abrí hace tan solo cinco minutos por el intenso humo del tabaco, Putnam pasa de Kerry y Wax y sorprende a Dale que había vuelto a sentarse en el sofá con la chamarra ya puesta y las llaves del coche en la mano: ¿pistachos? Dale tampoco entiende el sarcasmo y nuevamente repantingado en el sofá dice que sí, con la cabeza, y se explica: los pelo, los troceo, los machaco y los mezclo con el pienso, a mi perro le encantan. Todos nos callamos: alguien habla del austrolopitecus en el televisor. La noche se echa encima. Yo vuelvo a mi silla, cojo el taco de cartas, y barajo sin interés. Toda la tarde tirados sin hacer nada. Con la ventana cerrada, el olor a marihuana es más intenso que nunca. Quiero decir: tíos, yo tengo cosas que hacer, pero igual es por la hierba, o por el cóctel de marinada y cointreau que se empeñó en inventar Kerry o por la molicie instantánea y perenne de esta época del año, de este periodo de mi vida, de esta experiencia vital en general y no me voy a poner más reflexivo. El caso es que no puedo decir lo que quiero. Es la censura del abandono trascendental. Me gusta, me hace cosquillas, aunque también se me ha dormido la pierna. Dale se levanta de una vez por todas y salta sobre las piernas de Kerry tumbado en el suelo y pasa rápido por delante del televisor y ya en la puerta de la cocina, se gira, y apenas vocaliza: vuelvo en un minuto. ¿Te llevas el coche?, le pregunta Kerry con las manos cruzadas sobre el estómago. Ya se ha dado la vuelta y se escuchan sus pasos por el pasillo. ¡El puto economato está a dos manzanas! Le grita Wax que ha empezado a liarse otro porro mientras Putnam le mira sin prestarle atención. Bostezo. Si vas a hacerte un porro, abro la ventana, y me pongo de pie. Suena el timbre al fondo del pasillo. Yo no voy, digo. Kerry se ríe: la ostia, los austrolopitecus. Un ligero golpe en la ventana a donde aún no he llegado. La abro. Dale está debajo, con el coche en marcha, y con los brazos en alto. La última piedra que tenía en la mano, la tira pero no llega a la ventana. Dile que me traiga a mí también pistachos, Kerry está buscando el mando del televisor por el suelo. Wax y Putnam comparten el cigarro mientras bostezan en conjunto. Qué ostias quieres, le grito a Dale y con los brazos aún en alto grita: ¡hay un 187 en la parroquia!

Kerry se pone de pie como un resorte pero Putnam ya ha salido corriendo por el pasillo. Wax le da un último tiro al porro, me mira, ¿por la ventana? Y sin pensarlo, salto al alféizar, de ahí caigo a la cubierta y Wax me sigue hasta que saltamos los dos al mismo tiempo sobre el césped mullido. Kerry ya corre hacia el coche. Dale al volante aprieta el acelerador. Mientras chirrian las ruedas al girar en la esquina, Dale sin inmutarse grita sobre la música a todo trapo de The Mohawks: ¡tengo que parar a comprar los pistachos! Frenazo.

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