miércoles, 2 de junio de 2010

Handic-up


Tengo mis motivos, por muy ridículos que sean. Hacer el ridículo me mola. Como usar me mola para parecer más ridículo... también me mola. Tengo un handicap muy bueno, le digo, y se me queda mirando con recelo. Así que me lanzo, ¿qué gomina usas, por cierto?, me encanta lo pringoso que te queda el pelo. Y se echa para atrás. Arrastra su cubata hacia él, como si se lo fuera a robar, y eso me hace gracia, porque la barra es libre, y me echo a reír, quizás, y solo quizás, de una manera ridícula que le haga creer que estoy loco: handic-up. Handic-up. Me ha entrado el hipo. Se vuelve y mira hacia la mesa y se cruza su mirada con la de su amigo, y sonríe incómodo, y sin saber cómo, dice, "perdoname" y se va. Yo no dejo de reír.
Tengo mis motivos. Me han invitado a una boda de pijos, te lo digo así. ¿Y qué hago yo aquí? Pues emborracharme, claro. A mi mujer se la ve cómoda. Demasiado cómoda. No me ha echo caso en toda la puta cena, pero no se lo echo en cara, la culpa es mía, he pasado más tiempo en la barra que en la mesa.
Ella llena el hueco de mi amigo engominado por sorpresa:
¿Qué haces?
A ella no la miro a los ojos.
Nada, celebrarlo.
Ya no me río. Sé que todo el mundo sabe que el tono de voz informa más que las propias palabras que pronunciamos. Así que, como eso no puedo trasladároslo, lo pongo en mayúsculas, aunque ella lo susurrura:
PUEDES HACERME EL FAVOR DE VENIR A SENTARTE A LA MESA CONMIGO... Y DEJA DE BEBER.
Claro.
Y se pone de pie y con agilidad sortea a la gente que ya ha termiando de cenar y sale y entra de la sala, saludan y no lo hacen, bailan y se tropiezan, hablan y ríen o permanecen sentados como trasportados a otra dimensión. Yo voy detrás, en mi propia dimensión, ridícula dimensión en la que me mantengo en equilibrio porque noto el frío y húmedo tacto del vaso de cubata en mi mano. Su hermana mayor nos espera en la mesa, con la misma cara de reproche que ponía mi madre cada nochevieja.
Antes de llegar, murmuro:
Handi-cup, imitando el hipo.
Y ella se da la vuelta de golpe.
¿Qué?
Por el rabillo del ojo veo a mi amigo engominado hablando con el novio sin quitarme ojo.
¿A ti te gusta el golf?
La mirada de su hermana es tan penetrante que me siento desnudo. Pero me gusta sentirme desnudo, porque así me siento más ridículo aún.
NO SEAS GILIPOLLAS.
Dice mientras se sienta, y me siento a su lado obviando todas las palabras que ha dicho y con el tono de voz con que lo ha dicho porque aún siento el húmedo y frío tacto del cubata en mi mano.
¿Tú me quieres?
La hermana suelta una sonrisilla pérfida.
¿QUÉ?
Deberíamos hacernos pijos.
DEJA DE BEBER.
De verdad, ¿verdad, querida hermana? Yo creo que haría un pijo estupendo, solo necesito un poco de gomina. El golf se me da bien... Tengo un handic... handic-up...
Me vuelve el hipo. Y ella me mira con dolor, con vergüenza, con el amor destilado con el que me miro aquella primera vez. Me siento ridículo. Agusto y ridículo. Suelto el cubata y me pongo cómodo en la silla. Hipo.
Yo también te qui-e-qui-e, ro, hip. Digo y me siento felizmente ridículo mientras me giro, me encuentro con mi amigo el engominado y le guiño un ojo en un gesto que el convierte en una mueca de asco.

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